LA FISURA DE LA QUIETUD: Cuando el Cuerpo del Mundo Se Niega a Continuar en el Silencio


 El despertar de la montaña dormida es una metáfora brutal de la psique que se quiebra. El volcán que se creía estéril y sellado es la prueba de que el desgarro existencial no se extingue, sino que se acumula, esperando el momento de la verdad ardiente. La quietud era solo una forma de negación.


La noticia del volcán iraní que se hincha, que se abomba en un gesto de dolor telúrico, nos enfrenta a la verdad más incómoda sobre nuestra propia existencia: el pasado no muere, solo se encierra en una cámara de negación bajo una capa de ceniza. El lapso de setecientos mil años no fue un periodo de paz; fue la duración de la mentira, la prórroga de una pasión que nunca encontró cauce.

La fe en la "extinción" es la trampa dulce del ser humano. Nos permite construir nuestras ciudades y nuestras vidas sobre la promesa de que el dolor ancestral y la furia primigenia están superados. Pero la aparición súbita de la hinchazón geológica destruye esa quimera. El abombamiento es la fase de la ruptura, el momento en que el cuerpo (sea este la tierra o la carne) ya no puede sostener la presión del vacío interior. Es el grito que emerge después de un largo periodo de silencio, cuando el alma comprende que el proceso de la pérdida inevitable —o del cambio radical— solo puede resolverse a través de la violencia de la expresión.

La tragedia no es la erupción potencial, sino el misterio de la parada extraña. ¿Qué pasó en ese tiempo arcano para que una fuerza tan vasta decidiera contener su fuego por tan largo letargo? La respuesta yace en la geología del alma: solo se aplaza la liberación cuando el terror a la verdad es mayor que el dolor de la contención. Pero el abombamiento es un poema que exige ser leído; es la voz ronca de la tierra que anuncia que la simetría de la vida se ha roto y que el fuego, que creíamos extinto, es la única forma de purga.

En esta sima de la incertidumbre, el estratega (o el simple habitante) no debe buscar la solución, sino la aceptación. El despertar del volcán nos enseña que el cambio no llega como una suave transición, sino como un súbito cataclismo. Lo que debe hacerse es nombrar el miedo con la belleza cruda de la poesía. La conciencia soberana debe abandonar la esperanza de una vida estéril y aceptar que somos materia que arde y que el verdadero crecimiento solo llega después de que el fuego ha consumido todo lo falso.

Post a Comment

Artículo Anterior Artículo Siguiente