EL ACTO DE CONSAGRACIÓN ETERNA: Por Qué el Faraón Muerto Es Más Poderoso que el Ciudadano Vivo


 La reapertura de la tumba de Amenofis III no es un evento cultural, sino una reafirmación ontológica del poder. La restauración prolongada es un ritual de autoengaño social donde el colectivo valida la ilusión de que la autoridad puede escapar a la contingencia del tiempo.


El anuncio de la reapertura de la tumba de Amenofis III, tras un lapso de dos décadas, nos obliga a mirar un espejo borgeano de la historia. El foco no debe estar en los jeroglíficos pulidos, sino en la metafísica del tiempo que subyace a la inversión de esta restauración. El acto de mantener en perfecto estado la morada de un cadáver de hace tres milenios es una concesión colectiva a la ilusión de que el Poder es la única entidad capaz de trascender la disolución del Cronos.

Esta inversión es un ejemplo magistral del Autoengaño Social. El escritor Jorge Luis Borges nos enseñó que la realidad es un laberinto de espejos y una biblioteca de infinitas ficciones. La tumba es uno de esos espejos: refleja la fantasía de que el Faraón (la máxima autoridad) no fue víctima de la muerte, sino que simplemente pasó a un estado de performance eterno. Al restaurar la tumba, el presente colectivo está firmando un contrato implícito con el pasado: acepta que el poder del Faraón debe ser inmutable y venerado, proporcionando así una legitimidad atemporal a las estructuras de poder actuales. La tumba no es un recuerdo; es una sentencia que dictamina que la jerarquía es eterna.

El psicoanalista Donald Winnicott introdujo el concepto de Objeto Transicional para describir aquel objeto que ayuda al niño a negociar la separación entre su madre y su propia identidad. En el contexto colectivo, la tumba del faraón funciona como un Objeto Transicional Patológico: es un recordatorio tangible que ayuda al colectivo a negociar el terror a la propia finitud y la insignificancia. El Faraón muerto, al haber "superado" la muerte a través de la memoria monumental, se convierte en el ideal inalcanzable que el ciudadano vivo (el esclavo anónimo del tiempo) utiliza para mitigar su propia angustia existencial. El alto coste de la restauración es el precio de la negación colectiva de nuestra propia mortalidad.

El escritor Ítalo Calvino, con sus ciudades invisibles, nos instaría a preguntarnos qué ciudad es más real: la que habitamos hoy con sus problemas efímeros, o la Ciudad Invisible del Poder Eterno que se consagra con esta tumba. La verdad es que la tumba reabierta es la arquitectura del olvido disfrazada de historia. Nos distrae de la contingencia de nuestra existencia para que miremos la permanencia de un sistema que siempre encuentra la manera de hacerse inmortal.

Tu única obligación es la desmistificación. La tumba no es una maravilla; es un recordatorio coercitivo de quién controla la narrativa de la eternidad. La única trascendencia auténtica es la que se construye en el presente, no la que se compra con granito.

Post a Comment

Artículo Anterior Artículo Siguiente