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La Ruleta del Destino:

 

La Tragedia en la Noche de Cristal

"El hombre es un ser de esperanza. Y el azar, su maestro más cruel."

El eco de los nombres en el auditorio de Nyon resonaba como un réquiem en mi pequeño estudio en París. Me había prometido a mí mismo no sucumbir a la farsa del sorteo, a la pantomima de la aleatoriedad que el mundo había adoptado como su último gran drama. Pero ahí estaba, con la televisión encendida, una copa de vino tinto en la mano, un cigarrillo humeante entre los dedos, esperando. Esperando, como un condenado espera el veredicto, no por la justicia, sino por el destino.

El rostro del maestro de ceremonias era una máscara de solemnidad vacía. Su voz, una sinfonía de clichés. El bombo de cristal giraba lentamente, un universo en miniatura. En su interior, pequeños orbes, cada uno un destino posible, un sueño por nacer o por morir. Y de pronto, la mano de un niño, pura y sin malicia, se introdujo en la oscuridad de la esfera. Era el momento. La humanidad, con su infinita fe en el juego, se entregaba a la inocencia de un desconocido para que decidiera su futuro.

¿Qué es la esperanza sino una apuesta contra el absurdo del cosmos? El sorteo, en su forma más pura, es la manifestación de este absurdo. Un club, el Real Madrid, con su historia cargada de épica, sus trofeos de plata, su aura de invencibilidad, esperaba. Al otro lado, el Manchester City, la maquinaria perfecta, el fruto de la lógica financiera y la ingeniería deportiva, aguardaba también. ¿Sería un duelo de gigantes? ¿O una comedia de la casualidad? La mano del niño se movió, y un nombre salió a la luz.

Liverpool.

Un gemido colectivo recorrió la sala. Una sonrisa amarga se dibujó en mis labios. El destino, con su sentido del humor más oscuro, había decidido enfrentar a dos de las historias más grandes del fútbol. No había sido la lógica, ni la estrategia, ni la táctica. Había sido el azar. La crueldad no está en que el destino te ponga a prueba, sino en que el destino te demuestre que tus esfuerzos son una moneda sin valor.

Me levanté y caminé hacia la ventana, contemplando el gris de París. Me sentía como un personaje de Dostoievski, un hombre insignificante frente a la majestuosidad de un universo indiferente. El sorteo de la Champions no era solo un evento deportivo, era un espejo. En él, veía el reflejo de la vida. Te esfuerzas, estudias, trabajas, luchas por una meta, y de pronto, un evento fortuito, una enfermedad, una desgracia, un encuentro casual, lo cambia todo. La vida no es un plan, es una lotería. Y la única victoria es la de quienes aprenden a vivir con la derrota.

El fútbol, en su esencia, es la lucha del hombre por controlar su destino. La Champions es la gran prueba. Y el sorteo, la demostración de la futilidad de esa lucha. La pregunta que me atormentaba no era si el Liverpool ganaría o perdería, sino si su lucha, una vez que el destino había sido elegido, tendría algún sentido.

Dejé la copa de vino sobre la mesa, apagué la televisión y me senté a escribir. La novela de este sorteo no había terminado. Solo había comenzado.


El reloj marcaba la medianoche. El insomnio, mi eterno compañero, me invitaba a seguir cavilando sobre el azar. Pero mi mente, ahora, se había posado en un rostro, en una historia. La del futbolista que no fue, la del talento que se perdió en un mar de incertidumbre. La historia de aquel que, como el jugador de ruleta, lo apostó todo a un solo número y lo perdió.

¿Qué es el talento sin la oportunidad? ¿Y la oportunidad sin la esperanza?