Silencio en la Estación del Sur
"El viaje termina donde las promesas se convierten en eco."
El metal frÃo de la estación no miente. Huele a sudor, a ozono, al miedo oxidado de los motores que se detienen. Es la terminal, pero no la del fin de una ruta, sino la del final de una esperanza. AquÃ, el viaje no concluye con un abrazo, sino con un expediente, un número de caso que te borra el nombre y te reduce a un trámite más en la pila de la miseria.
En un pasillo gris, despojado de cualquier calidez, se sientan. No son setecientos niños, no. Son setecientas almas, cada una con su propia historia de hambre, de persecución, de un camino forjado en el polvo y el miedo. Miguel, con sus nueve años, aferra una mochila gastada. Contiene un dibujo de su casa en Guatemala, una acuarela de colores deslavados que ahora parece un fantasma de otro tiempo. En su rostro no hay lágrimas, solo un cansancio que se ha vuelto un viejo amigo. El miedo se agota. La tristeza se vuelve una sombra. Lo que queda es el vacÃo del existencialismo: la insoportable levedad de saber que la vida no tiene un propósito más grande que el que el poder decida darle. Y el poder, en este momento, tiene planes.
La información llegó como una ráfaga de viento helado, contenida en una carta del Senador Ron Wyden. Un documento lleno de jerga burocrática, palabras huecas diseñadas para matar sin mancharse las manos. "Repatriación", dice el texto. Es la palabra perfecta para un genocidio en cámara lenta. Una palabra que suena a regreso a casa, a reencuentro. Pero aquÃ, en esta estación, se entiende la verdad: "repatriación" es una bala de goma, un eufemismo para una expulsión, una patada en la espalda que te devuelve al mismo infierno del que huiste. El senador lo vio. Denunció la mentira. Denunció este "intento calculado de cortar el poco debido proceso que queda en el sistema de inmigración". Pero el sistema no escucha, solo funciona.
La maquinaria es invisible y silenciosa. No son monstruos con garras, son hombres con corbatas, mujeres con portapapeles. Cada sello en un documento, cada firma, cada lÃnea de código en una base de datos, es un eslabón en la cadena que ata el destino de estos niños a una decisión tomada en una oficina climatizada. Ellos no ven a Miguel. Ven un número. Ven una estadÃstica que necesitan mover del lado A al lado B. Es la banalidad del mal en su forma más pura y moderna. El poder no requiere odio personal; solo necesita la indiferencia de los engranajes. El verdadero enemigo no es un rostro, sino un sistema. Y este sistema es un maestro en la deshumanización.
El viaje de Miguel fue una odisea que pocos adultos podrÃan soportar. Huyó de un paÃs donde el futuro era un pozo sin fondo, donde la violencia era el aire que se respiraba. En cada paso, se aferró a la idea de una vida diferente, una vida donde la escuela no fuera un lujo y la comida no fuera un milagro. Las historias de otros niños, los que pasaron antes, eran los mitos que lo guiaban. La promesa de una nueva vida era la única moneda de cambio que le quedaba. Pero la moneda ha perdido su valor en esta estación. La luz de la esperanza que lo trajo hasta aquà se extingue lentamente, dejando un rastro de ceniza en el andén.
A su lado, una niña llamada SofÃa, no habla. Solo mira a la gente que camina con prisa, sin verla, como si ella y los demás fueran transparentes. A sus ojos, la gente en el pasillo se parecen a las figuras de cera de un museo, que se mueven sin alma. En el fondo, SofÃa siente que en este mundo, la tragedia de los que huyen es un mero titular para los que se quedan, un espectáculo fugaz que se consume y se olvida.
Lo que la prosa no puede transmitir es el peso de la mochila de Miguel, el nudo en su garganta. No puede capturar la desesperación del silencio, la certeza de que, para el sistema, el debido proceso es una formalidad molesta, y que la vida de un niño es un obstáculo menor en el camino del poder. Esta estación no es un punto de llegada, sino de partida. El viaje de Miguel está por comenzar de nuevo, pero esta vez, con el peso de un futuro robado sobre sus hombros.
¿Qué pasarÃa si uno de estos niños lograra cruzar la frontera del sistema?
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