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El Algoritmo de la Traición

El código es la verdad, hasta que alguien lo reescribe.



La noticia me llegó como un pop-up en mi feed, una ventana emergente que bloqueaba mi pantalla: "Un exprogramador de Yandex, el Google ruso, condenado a 15 años de prisión por alta traición." Lo leí y me quedé quieto. No era una noticia, era un glitch en la matriz de la realidad. Había estado programando toda mi vida, creando mundos de ceros y unos, y sabía que un bug en el sistema podía ser fatal. Pero esto no era un error. Era una función. Una característica diseñada para silenciar.

Mi trabajo es documentar la vida a través de los datos, de los píxeles que la componen. Y la vida de ese programador había sido eliminada del servidor. Los 15 años no eran una condena, sino un borrado de la memoria. El dilema moral me llegó con la misma lentitud que una descarga en una conexión lenta. ¿Es la traición un acto de libertad o solo una pieza más en el juego de ajedrez del poder? Viendo los datos, la traición no era un acto de conciencia, sino una línea de código que alguien, en algún lugar, había ejecutado para su propio beneficio. La verdad, en esta nueva realidad, no es un concepto. Es una moneda de cambio.

Este caos es el más insidioso. No es un huracán que se ve venir. Es un virus silencioso que corrompe los archivos. Lo que me aterra no es que la traición sea castigada, sino que se convierta en una moneda de cambio para el poder. Creímos que la tecnología nos haría transparentes, pero solo nos ha dado nuevas formas de ocultar. Las cadenas no son de metal, sino de datos.

Pero la noche trajo una revelación. Un correo encriptado, de una fuente que no reconocí, interrumpió mi análisis. El correo no contenía texto, sino una imagen de baja resolución. Era una captura de pantalla de un código binario, un fragmento de un algoritmo. Lo analicé y descubrí que era el mismo algoritmo que se usaba para las cámaras de vigilancia en San Petersburgo. El caos, por una vez, había encontrado un patrón. Y yo era parte de él.