CacerÃa en la Ciudad de Cristal
El código de la ciudad se reescribe con cada rostro capturado.
La noticia me golpeó con la frialdad de una losa de concreto: "San Petersburgo despliega miles de cámaras para identificar a los ciudadanos 'por razas'." Lo leà dos veces, con la misma meticulosidad con la que inspecciono las grietas en las paredes. No era un titular de guerra, ni de polÃtica, ni de crimen. Era algo mucho peor. Era la automatización del prejuicio, la institucionalización del odio, la creación de una nueva piel para el mundo, una piel hecha de códigos, algoritmos y, en última instancia, de miedo.
Mi mente, entrenada para buscar patrones en el caos, se sintió abrumada. Mi trabajo como inquisidor se ha centrado en desentrañar las mentiras detrás del caos humano, la traición, la farsa, el delito. Pero esto es diferente. Las máquinas no juzgan, solo clasifican. Y al clasificar, nos quitan la única cosa que nos hace humanos: la complejidad de nuestra identidad. La ironÃa era palpable: en el intento de protegernos de nosotros mismos, habÃamos creado un sistema que nos destruye. Un sistema tan perfecto que su lógica no tiene fallas.
Este caos es diferente al que hemos explorado antes. El caos creado por la locura humana, por los hombres que venden su alma. Esto es el resultado de una lógica frÃa. Es el caos perfecto. Un sistema que promete orden, pero solo crea una nueva forma de opresión. Al mismo tiempo que los hombres de ciencia buscan nuevos mundos en las estrellas, aquà en la Tierra, estamos creando un infierno de cámaras y algoritmos.
Viéndolo de esta manera, la circularidad de la historia es más aterradora que nunca. CreÃmos que la tecnologÃa nos harÃa libres, y en cambio, nos ha entregado una herramienta para el control más absoluto.
Pero la noche trajo una revelación. Un correo encriptado, de una fuente que reconocà de una investigación previa sobre la inteligencia artificial, contenÃa un solo dato. El algoritmo de estas cámaras no habÃa sido creado para identificar a las personas, sino a un código genético especÃfico. Este no era un problema de razas, sino de algo más siniestro. Era la cacerÃa de una anomalÃa. Y mi propio nombre estaba en la lista de anomalÃas.
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