📊 La Popularidad es una Burbuja: El Rating que no Paga la Renta
El titular nos inunda las pantallas: un nuevo líder supera a su predecesor en la métrica más sagrada de la élite periodística: la aprobación. La cifra sube, los analistas aplauden, y las columnas se llenan de tinta. Es la coronación de un nuevo rostro bajo la misma bandera, el cambio en el balcón que garantiza que nada esencial cambie en la calle.
Pero la pregunta que flota sobre el ruido mediático es brutalmente simple: ¿La aprobación paga el alquiler? ¿La popularidad frena el aumento del precio de la tortilla o del gas? La respuesta se encuentra en el bolsillo vacío del obrero, que no necesita un gráfico de pastel, sino billetes que valgan su peso en trabajo.
La celebración de este titular es el espectáculo perfecto, diseñado para distraernos de la continuidad estructural del poder económico. Esto no es un informe de gestión; es una victoria cosmética. Se trata de un cambio en la cima del organigrama político que no ha significado un cambio en la base de la pirámide económica. La gente vota por un rostro nuevo con la esperanza de que, finalmente, el sistema se incline ante la necesidad. Pero la fe se transfiere, y la carga se mantiene.
La clase política está obsesionada con el algoritmo de la felicidad pública (la encuesta), porque es más fácil y más barato de gestionar que el mapa de la pobreza (los datos duros de desigualdad, vivienda y precarización laboral). Para el sistema, es más eficiente generar una "transferencia de fe" del líder A al líder B que invertir miles de millones en infraestructura social y salarios dignos. La popularidad es, en este contexto, un mecanismo de control social. Es la simulación democrática que nos permite creer en el movimiento sin cambiar la dirección.
"El trono puede cambiar de dueño, pero la cadena del salario y la deuda no cambian de peso."
Hemos sido entrenados para celebrar la estadística antes que la sustancia. El verdadero rating de un gobierno no se mide en una línea telefónica, se mide en la caja del supermercado. Se mide en la fábrica, donde el tiempo se vende al mismo precio, o en el mercado, donde el poder adquisitivo se encoge día a día. ¿El líder tiene alta aprobación? Perfecto. Eso solo significa que el gobierno es hábil en gestionar expectativas y relaciones públicas, no necesariamente en resolver la pobreza. La aprobación es la calma antes de la tormenta, la evidencia de que la masa obrera aún cree en el cuento de hadas.
La estabilidad que celebran los mercados no es otra cosa que el costo oculto de la inmovilidad de la carga social. El líder en el poder puede tener un 10% más de likes, pero la carga del trabajador, la presión del alquiler y la volatilidad de los precios siguen siendo las constantes inmutables del sistema. La aprobación de la élite financiera y mediática solo llega cuando el nuevo rostro garantiza que el flujo de capital no será perturbado por reivindicaciones laborales radicales.
No nos midan por nuestro estado de ánimo, mídannos por nuestro estado de cuenta. La única aprobación que importa es la que se otorga con la billetera, cuando el trabajador puede pagar su compra sin que el estómago se le encoja por la angustia. Y esa aprobación, mis amigos, sigue en números rojos, ignorada por las gráficas de popularidad que solo miden el éxito de la ilusión.
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