La Dermis de la Guerra Perpetua
La única forma de ganar la guerra contra el narcotráfico ha sido convertir el Caribe en un portaaviones.
El Caribe, antes un punto azul de comercio y escape, se ha convertido en el nuevo tablero de la guerra perpetua. Cuando un gobierno proclama la victoria por medio de misiones navales contra los cárteles, no está celebrando el fin del conflicto; está celebrando su normalización, su adopción como una función orgánica e interminable del Estado. Hemos militarizado la miseria social y la hemos llamado "seguridad".
La línea de batalla ya no se dibuja en la arena, sino en los mapas digitales de intercepción, en la data biométrica y en la "piel electrónica" que envuelve al planeta. La guerra contra el narcotráfico ha dejado de ser una campaña para convertirse en una capa invisible y transparente de vigilancia que no podemos desprender. Esta es la Dermis de la Guerra Perpetua.
Las misiones de la Marina no buscan desmantelar la raíz del mal (la demanda insaciable y la desesperación económica); buscan gestionar la crisis de forma activa. Esto transforma al protector en una parte inseparable de la amenaza que juró combatir. La disrupción de la piel electrónica es la metáfora perfecta: un conflicto tan ultrafino y pegado a la vida diaria que es imposible distinguirlo de la propia existencia. Se adhiere al cuerpo geopolítico, transmitiendo datos de riesgo de forma inalámbrica, volviendo a todos, cárteles y civiles, sujetos a su control.
El eco de Nietzsche resuena con una gravedad terrible: "El que lucha contra monstruos debe tener cuidado de no convertirse a su vez en un monstruo. Cuando miras largo tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro de ti." En el intento de aniquilar a los cárteles, los métodos del Estado adoptan una omnipresencia, una opacidad y una violencia estructural que son, en sí mismas, monstruosas.
La victoria total no es el objetivo de esta guerra, porque su fin significaría el colapso del sistema de vigilancia, de la justificación presupuestaria y del poder político que se construye sobre el miedo. El costo de esta guerra ya no se mide en bajas humanas, sino en la erosión de la libertad. Hemos aceptado la vigilancia como el precio por la ilusión de seguridad, permitiendo que la "piel electrónica" se vuelva permanente, adhiriéndose a la infraestructura, a los puertos, a las identidades.
El peligro más profundo es la internalización de esta condición. La sociedad, acostumbrada a la presencia naval y la vigilancia invisible, comienza a percibir la guerra como un clima, no como una crisis. El destino proyectado es una distopía de baja intensidad: un estado donde la amenaza (el cártel) y la defensa (la Marina/Vigilancia) se vuelven dos cabezas de un mismo dragón que se alimenta del mismo terror y del mismo presupuesto.
La Dermis de la Guerra Perpetua no es una defensa, es una sentencia a una paz armada, una capa de control que un día nos estrangulará, y no sabremos cómo quitárnosla.
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