El Espejismo de la Ley: Por Qué la Reforma al IMJUVE es un Ejercicio de Ilusión de Progreso
El aval a la reforma de la Ley del IMJUVE debe ser analizado desde una perspectiva de psicología estructural. No se trata de un avance legislativo, sino de la ejecución de la Patología del Voto Diferido. Esta condición es la estrategia cínica del Estado que permite pagar la deuda política con la promesa legal de un futuro, en lugar de con el cambio estructural y económico en el presente.
El problema es la disociación entre el símbolo y la sustancia. La reforma, al expandir o redefinir mandatos, crea una arquitectura verbal de progreso. La Emisión de una Ley Simbólica se convierte en la causa que lleva a la Neutralización Temporal de la Demanda Social. La gente escucha "reforma" y asume "oportunidad", cerrando el ciclo de exigencia. El valor del joven en esta ecuación no es su talento o potencial, sino su peso como masa votante. La ley se convierte en un mecanismo de contención, la jaula de cristal que permite al político decir: "Ya estamos trabajando en ello", mientras la falta de empleos dignos y el acceso a la vivienda siguen siendo problemas de mercado no regulados.
La disciplina de la estrategia se impone con una frialdad junguiana: el sistema solo recompensa la visibilidad de la acción sobre su eficacia. La verdad es que el texto legal es el síntoma de un problema, no su cura. El valor de la reforma es directamente proporcional a su capacidad para capturar la imaginación del votante joven sin afectar los flujos de capital o las estructuras de poder existentes. El sistema impone una regla cruel: la única forma de que una reforma sea aprobada rápidamente es si su costo financiero es mínimo y su rédito político es máximo.
Si proyectamos esta visión al futuro, la acción estatal se reducirá a la creación de algoritmos de oportunidad personalizados que reemplacen la acción social. En lugar de garantizar empleos masivos, el sistema te ofrecerá un "camino" individualizado de upskilling, privatizando el fracaso. El conflicto futuro no será sobre cuántas leyes hayamos reformado, sino sobre cuánta libertad habremos perdido al delegar nuestro destino a estas plataformas legales vacías. Esto nos obliga a la pregunta final: si la ley solo sirve para administrar la ilusión de que el Estado se preocupa, ¿hemos convertido al derecho en el arte más sofisticado de la negligencia?
La ley es la cáscara; la realidad es la grieta estructural.
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