La Herida Eterna de Groenlandia




En la compleja psicosis de la humanidad, el "perdón" es una píldora amarga que la historia nos obliga a tragar. Dinamarca, una nación que se proyecta al mundo como un faro de rectitud moral, se ha visto obligada a confrontar un trauma tan profundo que su eco resuena en las células de quienes fueron las víctimas. La disculpa de hoy no es un acto de magnanimidad, sino la inevitable confrontación con una neurosis colectiva que ha sido reprimida durante décadas.


La historia es tan grotesca como un sueño de Freud. Entre 1960 y 1991, miles de mujeres groenlandesas fueron sometidas a esterilizaciones forzosas. Los médicos, en un acto que se ha justificado como un intento de "modernizar" a la población nativa, decidieron que el destino de estas mujeres no les pertenecía, sino que era una variable en un frío cálculo demográfico. Séneca nos advirtió que "todo vicio huye del sol". Y por décadas, este vicio ha permanecido en las sombras, oculto bajo el manto del "estado de bienestar" y el colonialismo benevolente.


El acto de "esterilizar" es la máxima expresión de la dominación. Es un intento de borrar no solo una vida, sino un linaje, una cultura, una forma de existencia. No se trata de un simple error o una mala decisión, sino de una política que busca la erradicación silenciosa de un grupo. El hecho de que esto sucediera en la era moderna, en el corazón de una nación que se enorgullece de sus valores humanitarios, revela una profunda contradicción en el inconsciente colectivo. Es la dualidad del "yo" moral que se predica a sí mismo una cosa, mientras que el "ello" actúa con la crueldad más primitiva.

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