-->

 

La Dama de la Toga y la Sombra del Dragón

“Loco es aquel que, en un mundo de locos, se atreve a seguir su razón.”

He leído la noticia, y mi mente, que a veces se siente como una vieja biblioteca con estanterías a punto de colapsar, se ha llenado de un eco. Un eco de voces olvidadas, de historias de hombres y mujeres que marcharon hacia el molino de viento de la injusticia. La noticia, concisa y fría, es un nuevo capítulo en la gran novela de nuestro tiempo. “El Pentágono autoriza a abogados militares a servir como jueces de inmigración en la administración Trump”. ¿Un cambio de jueces? No. Es un cambio en la naturaleza misma de la justicia. La toga, esa prenda que simboliza la imparcialidad, ha sido reemplazada por el uniforme militar, un símbolo de la fuerza.

En mi mesa, el café se enfría. Pienso en la gente, en los que han caminado miles de kilómetros, en los que han arriesgado todo por un sueño. Pienso en la madre que huyó con sus hijos de la violencia, en el padre que busca un futuro mejor. ¿Qué pasa con ellos? ¿Será su historia un cuento de hadas o un informe de guerra? No lo sé. Lo que sí sé es que su destino, una vez en manos de la ley, ahora está en las manos del ejército. Es una tragedia, sí, pero también una oportunidad. La oportunidad de ver, de frente, a la bestia.

No estoy hablando de una conspiración, ni de una malvada intriga. Hablo de una realidad. La realidad de un sistema que, bajo la excusa de la eficiencia, ha decidido dar un paso más allá en la deshumanización. Un sistema que ha olvidado que detrás de cada caso hay una vida, una historia, un dolor, una esperanza. La justicia no es un juego de ajedrez, es un acto de empatía. Y la empatía no tiene lugar en un campo de batalla.

Pienso en don Quijote, en su lucha contra los molinos de viento. El molino de viento de hoy no es el olvido, ni la ignorancia. Es la indiferencia. Es el juez militar que, sin saberlo, se ha convertido en una pieza más en un juego de ajedrez político. Es el abogado militar que, sin saberlo, se ha convertido en una sombra que se cierne sobre la vida de los más vulnerables. Y la sociedad, esa gran dama que observa en silencio, es cómplice de este acto.

La belleza de este momento, si es que hay alguna, es que la historia ha vuelto a un punto crucial. Es el momento en el que la justicia y la fuerza se enfrentan. Y la pregunta es, ¿quién ganará? ¿La justicia, con su balanza y su espada? ¿O la fuerza, con su ejército y sus leyes de hierro? La respuesta no está en el titular, ni en los discursos políticos, ni en las decisiones del Pentágono. La respuesta está en cada uno de nosotros. En nuestra capacidad para ver al otro, para sentir su dolor, para luchar por su libertad.

En mi próxima columna, seguiré la vida de una madre y su hijo, que, huyendo de la violencia, se enfrentan al nuevo sistema de justicia militar. Exploraré su lucha, su dolor, y su esperanza. Y, en el camino, revelaré cómo esta decisión, que parece tan lejana, es en realidad un reflejo de nuestras propias almas.