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La Batalla de los Bits.

 

 Guerra en la Democracia Chilena.

El que controla los bits, controla los votos. Y el que controla los votos, controla la historia.

La guerra no se libra en las calles, sino en las pantallas. No hay sangre, ni gritos, solo el silencio de los algoritmos y el zumbido de los servidores. El campo de batalla se llama Chile, y la contienda es una elección presidencial. Los políticos no lanzan promesas, lanzan misiles de información. Y el enemigo no es el oponente. El enemigo es la verdad.

Los ejércitos son invisibles. Un lado tiene dinero y agencias de marketing. El otro tiene el resentimiento de las masas y cuentas falsas en las redes sociales. Se miran desde la distancia, moviendo sus peones en el tablero de las redes. Un general lanza una noticia falsa sobre el pasado de un candidato. La contraparte responde con un ejército de bots, amplificando un rumor infundado sobre una enfermedad terminal. Los periodistas, que solían ser cronistas de la realidad, ahora son solo traductores de la propaganda.

Las armas son sofisticadas. La noticia falsa es la bomba de racimo. Se esparce rápidamente, infectando la mente de la gente con un veneno que no pueden ver. La desinformación es el arma química. Deja una huella de duda y desconfianza en todos los que la tocan. Los perfiles falsos son los francotiradores. Atacan desde las sombras, sin rostro ni nombre, y eliminan la reputación de sus objetivos con una precisión fría. Y los bots, son la infantería. No piensan, no sienten, solo avanzan en oleadas, repitiendo la misma mentira hasta que se convierte en un hecho en la mente de la población.

Los civiles son las víctimas. El pueblo chileno, bombardeado por un sinfín de mentiras, ha perdido su capacidad para discernir entre la realidad y la ficción. Ya no saben en quién creer, en qué confiar. Han perdido la brújula. La democracia es la última víctima. Cuando la elección no se gana con ideas, sino con engaños, la voluntad del pueblo deja de ser una fuerza real. Se convierte en una reacción predecible a la propaganda.

La guerra digital no tiene un final claro. No hay un tratado de paz. Solo hay una victoria: cuando el oponente ha sido desacreditado por completo, y la verdad, la primera y más importante de todas las bajas, queda enterrada bajo una montaña de mentiras.