La Alta Sociedad de la Ruina

Un Reportaje desde el Salón de la Memoria Colectiva

"Hay un momento en el que el drama se vuelve una simple comedia, y es cuando los actores olvidan su guion."

Es una obra de teatro con un guion tan trágico que resulta cómico. Los protagonistas, con sus vestuarios polvorientos y sus miradas de resignación, se mueven en un escenario que se desvanece a su paso. El mundo los observa, no con empatía, sino con una mezcla de lástima y morbo, como si estuvieran viendo un reality show deprimente. La gran marcha del absurdo, el desfile de las almas sin destino, no es un drama. Es una comedia de modales. Una burla grotesca de una sociedad que presume de empatía mientras el espectáculo se desarrolla a la distancia.


"Las mentiras de hoy son los chismes del mañana. Y el silencio, el gran cómplice de todos."

La ciudad en ruinas no es un cementerio, sino el salón de un banquete que ha terminado abruptamente. Las fachadas son esqueletos de un pasado que nadie puede, o quiere, recordar. Las calles son un vestigio de una fiesta que ha terminado y el silencio es el aplauso de una audiencia que ya no está. Es una obra de arte, pero una que nadie se atreve a comprar. El olor a metal quemado es el perfume de la ruina, una fragancia de ruina que se pega al alma y no se va. Y el silencio no es paz, es el sonido de los hombres que han perdido la fe en la voz humana.

La verdad es que nadie quiere ver el final de esta obra. Es más cómodo, más elegante, simplemente irse antes de que el telón caiga, dejando a los actores solos en el escenario, con un silencio que solo el polvo puede romper. Y es que el público, al final, siempre se va, o simplemente se queda para ver lo que sigue, sin importar el costo humano.

El público, desde la comodidad de sus salas, comenta en sus redes sociales sobre la resiliencia de los que marchan, como si fuera una lección de vida para sus hijos. Se enorgullecen de sus palabras de solidaridad, pero se alejan del sufrimiento real como si fuera una mancha de vino en una alfombra persa. Su empatía es un accesorio, algo que se pone y se quita a conveniencia.

Pero la ruina no es una moda, y el dolor no es un chiste. Lo que se ha desmoronado no son solo edificios, sino las promesas que la sociedad se hizo a sí misma. La idea de que el progreso es inevitable, de que la historia avanza en una línea recta. En esta nueva y caótica realidad, los únicos que parecen haber comprendido la lección son los que huyen, pues han aceptado que, en un mundo donde el escenario es una trampa, el único acto de valentía es marchar hacia lo desconocido.

La marcha continúa, cada paso es una burla a las convenciones de la alta sociedad. Los que marchan han renunciado a todo, excepto a su dignidad. Y en su silencio, en su movimiento perpetuo, se encuentra una verdad más profunda que todas las mentiras que nos hemos contado para ocultar el miedo. El miedo no es lo que sientes, sino lo que te conviertes. La ruina, nuestra nueva fragancia.

¿El público se ha marchado, o simplemente estamos mirando al revés el telón?

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