El Teatro de los Once Metros

Gol de Real Madrid hoy: Mbappé empató de penal ante Marsella en el Bernabéu

"En el guion del fútbol, los penaltis son los monólogos más dramáticos."

El guion lo pedía. El minuto noventa y tres, el Real Madrid contra las cuerdas y un penal pitado en el Bernabéu. Una situación tan teatral que hasta el director más predecible de Hollywood la habría firmado. Kylian Mbappé, el protagonista de la noche, se detuvo en el umbral del área como si el césped fuera un escenario y los 80,000 espectadores, una audiencia. El drama ya estaba en marcha, el público contenía la respiración y el portero del Marsella se debatía entre la esperanza y la resignación. La jugada no había sido ni limpia ni sucia; había sido, simplemente, un recurso narrativo. En el fútbol, el tiempo no es lineal, se estira, se contrae y se congela en esos instantes en los que la tensión es insoportable. Y, en ese momento, el tiempo no solo se detuvo, sino que el teatro se tomó el control de la realidad.


"El fútbol, en su esencia, es un juego de 22 jugadores persiguiendo una pelota. En sus momentos cumbre, es un duelo de nervios entre un hombre y su destino."

La narrativa oficial dirá que fue un empate. Que un penal bien cobrado salvó al equipo. Pero los que estuvimos ahí, los que leímos el lenguaje corporal de cada jugador, sabemos que se trataba de algo más que un simple marcador. Era la farsa del destino. El Marsella, con su defensa férrea, había hecho su papel de héroe inesperado. Habían resistido cada embate, cada oleada de ataque. Eran los perfectos antagonistas. Y en el otro lado, el Real Madrid, la nobleza del fútbol, con su público, su historia y su estatus, no podía permitirse una derrota en casa. Su papel era el de la resurrección, el de la épica victoria que llega cuando todo parece perdido.

Mbappé, con su figura imponente, se convirtió en el mensajero del destino. No era solo un jugador, sino un actor de un drama antiguo. Se paró frente al balón con una frialdad que solo los grandes maestros de la escena poseen. La historia pedía que él marcara, que él fuera el héroe que trajera la luz. El portero, por su parte, era el último guardián, el último obstáculo en el camino de la épica. Su papel era el de la resistencia, de la última esperanza de un pueblo. En un mundo ideal, él habría detenido el balón, pero en el teatro, el héroe siempre debe cumplir con su monólogo.

El pitido del árbitro rompió el silencio del estadio y Mbappé ejecutó el acto final con una precisión quirúrgica. Un disparo raso, imparable, a la esquina derecha de la portería. La red se infló y el estadio explotó en un grito de alivio y euforia. Pero no fue un grito de victoria, fue un grito de validación. La audiencia estaba confirmando lo que ya sabía: que el guion se había cumplido. El Marsella había hecho su parte. Habían sido los dignos oponentes, los que hicieron que la victoria del héroe fuera más dulce.

Porque en el fútbol, como en la vida, las historias más grandes no se escriben solas. Son el resultado de una colaboración, de un duelo entre fuerzas opuestas que, de algún modo, se necesitan. La épica del Real Madrid no sería la misma sin la resistencia del Marsella. La victoria de Mbappé no sería tan icónica sin la valiente defensa del portero. Al final, no fue solo un gol; fue la validación de un guion que todos esperaban, la confirmación de una farsa bien orquestada.

El marcador dirá 1-1. Los titulares dirán que Mbappé salvó el partido. Pero los que lo vimos, sabemos que no fue así. El guion salvó el partido. Y los actores, como buenos profesionales, simplemente cumplieron su rol.


En el clímax de los once metros, ¿es el talento lo que decide la historia o es la narrativa la que siempre le gana a la realidad?

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