El Silencio de las Tildes

La censura como un laberinto sin salida.

La oscuridad no llegó de la noche a la mañana, ni con un grito de guerra, sino con el crujido del papel al ser arrancado de los estantes. En las bibliotecas de las universidades afganas, una sombra metódica, silenciosa y opresiva se extendió. Los libros escritos por mujeres, esos mapas del alma humana, esos faros de la imaginación, se convirtieron en la nueva amenaza, en el nuevo eco que debía ser silenciado. No fue un acto de simple censura, sino una amputación del pensamiento, un intento de reescribir la memoria colectiva al borrar la mitad de la historia. Las estanterías quedaron con vacíos que resonaban más que cualquier palabra, huecos que eran un recordatorio constante de las voces que ya no se podían escuchar. Un vacío que no era solo físico, sino que se extendía al alma de los estudiantes, a la imaginación que ahora tenía fronteras. Un eco de lo que había sido y ya no era.


Se dice que los libros son espejos, pero en Afganistán, los espejos que reflejaban la perspectiva de una mujer fueron cubiertos. Al hacerlo, los talibanes no solo prohíben el conocimiento, prohíben la identidad. No se trata solo de literatura; se trata de la posibilidad de ser. La prohibición crea un laberinto psicológico en el que cada página arrancada es un camino que se cierra, una puerta que se sella con el miedo. Es un acto de terror silencioso que susurra a la mente que las ideas son peligrosas, que la verdad es un veneno. El estudiante que busca una respuesta ahora solo encuentra un muro, un callejón sin salida en el vasto edificio de su propio conocimiento. Los libros, esos mundos de papel, se han convertido en fantasmas, en sombras que flotan en el borde de la conciencia colectiva. Una realidad donde la paranoia es una forma de supervivencia. ¿Quién escribió esto? ¿Fue una mujer? ¿Es segura esta idea?

"El libro no es solo papel y tinta, es un laberinto de ideas. Y lo que han prohibido no es el libro, sino la salida del laberinto."

En el gran teatro de la opresión, cada acto tiene un propósito. Esta prohibición no es solo una regla, es un ritual de dominación. Es una advertencia, una forma de decir que el pensamiento es un campo de batalla y que ellos son los únicos que pueden dictar las armas. La censura de los libros es el primer paso en la guerra contra la mente, el preludio del silencio. El conocimiento, que debería ser una luz, se ha convertido en una sombra. Las bibliotecas, que deberían ser refugios, se han convertido en celdas de aislamiento. Cada libro retirado es una tumba para una idea, un monumento a la ignorancia. Es una historia de terror que se escribe con tinta invisible. Una narrativa en la que la única protagonista es la ausencia. Una historia que no se lee, se siente. Se siente en el vacío de una estantería, en la pregunta que no se puede hacer, en la idea que no se puede compartir.

El acto de quemar libros, en un sentido figurado, es un intento de purificar el pasado, de quemar las memorias que no se ajustan a un solo relato. Pero la historia, como un fantasma, siempre regresa para perseguir a los que la borran. El legado de estas escritoras no está solo en los libros, sino en las mentes de los que los leyeron. En la conciencia que no se puede borrar. La prohibición no termina con los libros, sino que comienza con ellos, en una espiral de miedo y silencio. Y el final de esta historia es una pregunta que no se puede responder: ¿Puede una civilización sobrevivir cuando la mitad de su historia ha sido borrada?

Cuando un pueblo no tiene historia que leer, ¿se convierte en un fantasma, una sombra sin pasado ni futuro?

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