Un Silencio de PartÃculas en la Mente.
Y asà fue como descubrimos que el mismo aire que nos sostenÃa, también contenÃa el veneno de nuestro olvido.
La verdad llegó, como siempre, sin el drama que merecÃa. No fue un gran anuncio, sino una nota a pie de página en una revista cientÃfica que devoraba durante el crepúsculo. Una nueva investigación revelaba un enlace molecular entre las partÃculas suspendidas en el aire y la neurodegeneración. Un simple párrafo. Una verdad devastadora. En ese instante, la realidad se torció para siempre. El enemigo no estaba en los cielos, sino en el simple acto de respirar.
He dedicado mi vida a la lógica, a la frÃa y pura matemática de la existencia. Pero esto no era un problema a resolver, sino una traición existencial. Siempre pensé en la contaminación como un problema para los cuerpos, para los pulmones, una estadÃstica de morbilidad. Nunca imaginé que el humo de los coches, el polvo de las fábricas, pudieran ser los heraldos de la nada. La barrera hematoencefálica, la fortaleza del cerebro, no era tan impenetrable como creÃamos. Las partÃculas más diminutas, esos fantasmas que ni siquiera podemos ver, viajan con la brisa de la tarde y se cuelan en el santuario de la mente.
El cerebro humano, un universo de cien mil millones de estrellas interconectadas, es el último bastión de la identidad. En sus circuitos, en la danza eléctrica de las neuronas, reside la totalidad de quién soy. Pero ahora, esas partÃculas microscópicas son como un ácido invisible que corroe los filamentos más delicados de nuestro ser. Causan una inflamación que no se siente, un estrés que no produce dolor. Solo hay un cambio. Una lentitud gradual en los pensamientos, un borrado sutil de los recuerdos más preciados, la pérdida de ese hilo que nos conecta con nuestro propio pasado. Es el eco silencioso de una demencia que no es culpa de la edad, sino del aire que nos dio la vida.
No es una muerte repentina. Es el desvanecimiento de un ser humano, como una fotografÃa que se desvanece con el sol. La mirada se vuelve distante, las palabras se hacen esquivas, y la persona que conociste se convierte en un fantasma habitando el cuerpo que solÃa ser suyo. La neurodegeneración es el precio que se paga por la modernidad. No en la guerra, no en las plagas, sino en la misma respiración que nos mantiene vivos. El conocimiento nos dio el poder para moldear el mundo, pero esa misma lógica nos ha llevado a envenenar el pensamiento. Y la pregunta que flota en el aire, tan invisible como las partÃculas que nos matan, es si este fantasma del olvido nos robará los recuerdos antes de que podamos encontrar una solución.
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