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La Larga Sombra del Este.


 Un Eco de Plomo en la Geopolítica.

Las palabras son fáciles, hasta que pesan como el plomo.

La advertencia de Putin no fue un trueno en un cielo despejado. Fue el eco de un cañón que nunca dejó de sonar, solo se quedó en silencio. Lo escuché en la televisión, en el bar de siempre, entre el tintineo de los vasos y las risas vacías. Los que no sabían, sonreían. Los que sabíamos, solo pedimos otra ronda.

Dijo que había una “causa fundamental” para la guerra en Ucrania. No era una revelación, era un recordatorio. Una verdad tan vieja como el siglo veinte. La expansión hacia el este, el lento avance de la Alianza hacia fronteras que prometieron no cruzar. No es una justificación. Los hombres que disparan lo hacen por órdenes, no por tratados. Pero es una explicación. Una verdad cruda y fría.

Los periodistas hablaron de retórica. Los políticos, de una amenaza. Pero yo lo vi de otra manera. Lo vi como un hombre, al final de un largo juego de ajedrez, que le decía a sus oponentes: “He visto sus movimientos. He visto el final de la partida desde el principio”. Lo vi en su mirada. No había rabia, solo la resignación de quien ha planeado la estrategia y sabe que el resto del mundo es demasiado lento para seguir el ritmo. No era una mentira, era una historia que se estaba contando a sí mismo.

Me pregunté qué pensaría el joven soldado ucraniano, agazapado en una trinchera llena de lodo. ¿Le importaría la "causa fundamental"? Dudo que lo haga. Para él, la causa es el frío que le cala los huesos, el miedo en el pecho de sus camaradas, el sonido de los proyectiles que se acercan. Para el hombre con el rifle en la mano, la geopolítica es un lujo que se discute en salones cálidos, lejos del hedor de la muerte.

La respuesta de Washington y Bruselas fue una coreografía ensayada. Las mismas palabras. La misma indignación. El mismo juego. Es un baile de sombras, donde cada movimiento está calculado. Pero la sombra de la historia es más larga que las de los edificios de la capital. Se extiende por las planicies heladas del este, por las ruinas de las ciudades y por los cementerios llenos de nombres anónimos.

La advertencia de Putin no fue para cambiar el rumbo del juego. Fue para que todos supiéramos, sin ambigüedades, que el juego no ha terminado. Que la guerra de las ideas sigue tan viva como la de las balas. La paz no es más que una pausa entre el fin de una ronda y el comienzo de la siguiente. Y esta, lo supe al escucharlo, sería más larga que la última.