El Espejo y la Inquietud
El Reflejo de un País
"El inconsciente colectivo se manifiesta, y el espejo nos devuelve una imagen que preferimos no ver."
Cuando el jefe de la Armada levantó la voz para decir que no combatirá la inmigración, no estaba solo respondiendo a un partido político. Estaba tirando de una hebra que, al desenredarse, exponía una neurosis colectiva. Era un acto de terapia de choque. Su declaración, precisa y militar, era un espejo que la sociedad española se negaba a mirar. ¿Por qué una institución de defensa nacional debe recordarle a un partido político que su labor no es detener a personas en el mar? La pregunta se retuerce sobre sí misma. La respuesta no está en la ley, ni en las estrategias navales, sino en un miedo profundo que la sociedad ha disfrazado de debate político.
El debate de la inmigración es una máscara que esconde algo más. Es la proyección de la propia inseguridad. Tememos a la pérdida de nuestra identidad, a la pérdida del control, a la pérdida de lo que creemos ser. Y, como un paciente en el diván, proyectamos esos miedos sobre una figura externa, el "inmigrante", y le pedimos a una institución de fuerza que lo detenga. Pero la Armada, en su sabiduría práctica, sabe que las guerras no se libran contra fantasmas.
La declaración del almirante, en su simplicidad, es un eco de la realidad que la política se esfuerza por ocultar. Es una invitación a la introspección.
La declaración del almirante, en su simplicidad, es un eco de la realidad que la política se esfuerza por ocultar. Es una invitación a la introspección, a despojarse de las máscaras del discurso oficial y a confrontar el verdadero origen de la inquietud. Y en ese acto de honestidad, de desarmar la farsa, nos damos cuenta de que el problema no está en el mar, sino en las aguas turbulentas de nuestro propio subconsciente.
Este miedo no nació de la noche a la mañana. Es un sedimento histórico que se ha ido acumulando, una memoria inconsciente de cambios sociales y económicos abruptos. En el subconsciente de la nación, se libra una batalla entre la historia que creemos ser y la realidad que nos confronta. La inmigración, en este contexto, no es más que el síntoma de una herida más profunda, una herida que la política, en lugar de sanar, decide exponer y manipular para ganar votos.
La retórica política, con sus eslóganes y sus figuras retóricas, actúa como un analgésico. No cura, solo adormece el dolor de la incertidumbre. El miedo al "otro" se convierte en un refugio confortable, un enemigo visible que nos distrae de la fragilidad del "nosotros". Y así, las instituciones, en lugar de ser un faro de estabilidad, se convierten en peones de un juego de espejos en el que la verdad se distorsiona hasta volverse irreconocible. La Armada, al negarse a entrar en ese juego, expone la naturaleza de la farsa.
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