Una Incomodidad Inoportuna en la Mesa del Mundo:

 

 La Distingida Desgracia de El Fasher

Por Madam Bigotitos


"Es una verdad universalmente aceptada que una sociedad en posesión de una gran fortuna debe estar en constante búsqueda de un conflicto que le permita desviar la atención de sus propias miserias."

En los círculos más educados del mundo, donde se discuten los asuntos más apremiantes con una copa de jerez en la mano, existe un pacto no escrito de cordialidad. Se habla del clima, de los avances tecnológicos, de las tendencias del momento, y se evita con destreza cualquier tema que pudiera perturbar la digestión o causar una incomodidad social. Es una verdad universal, aunque raramente admitida, que la cortesía se mantiene a expensas de la verdad. Y así, en medio de esta agradable conversación, la inoportuna advertencia de la ONU sobre el hambre y la violencia en El Fasher, Sudán, ha sido recibida con un silencioso y bien disimulado fastidio.

Es, en esencia, un asunto de modales. La guerra, el hambre, la violencia, son eventos de la peor calaña. No tienen tacto, no respetan la etiqueta. Se presentan sin invitación en los titulares, rompiendo la delicada porcelana de nuestra percepción del mundo. En El Fasher, se nos informa, las mujeres, los hombres y, lo más lamentable, los niños, se enfrentan a una situación que no solo es indecorosa, sino profundamente trágica. Es un estado de las cosas que denota una completa falta de orden, de sentido común y, lo que es aún más grave, de la decencia más básica. Las historias que llegan, susurros que se cuelan por las grietas de la indiferencia global, hablan de vidas reducidas a una lucha por un mendrugo de pan y una existencia marcada por el miedo.

Uno podría pensar que tales calamidades motivarían una respuesta inmediata y enérgica. Que las naciones, en su infinita sabiduría y su pretendido humanismo, se apresurarían a asistir a estos desafortunados. Sin embargo, la realidad, como una de esas damas de sociedad que siempre tienen algo que murmurar por lo bajo, es mucho más cínica. La respuesta ha sido, en el mejor de los casos, una serie de expresiones de "profunda preocupación" y una colección de comunicados que, si bien son impecablemente correctos en su forma, carecen por completo de la sustancia de la acción. Es como si la caridad, en lugar de ser un acto de bondad genuina, se hubiera convertido en una formalidad social, una simple reverencia ante el sufrimiento que no requiere un compromiso real.

La tragedia de El Fasher no es solo un problema de logística, sino un fallo moral de proporciones monumentales. Es un recordatorio de que, a pesar de nuestros avances y nuestras refinadas costumbres, hay una parte del mundo que ha sido excluida de la mesa. Es una lección, una muy amarga, de que la civilidad es a menudo un lujo que se concede a unos pocos, mientras que la barbarie es el precio que pagan muchos por vivir en el rincón equivocado del mapa. Y así, mientras el mundo sigue con sus asuntos, y las copas de jerez tintinean en la distancia, la gente de El Fasher continúa su lucha, un asunto que, lamentablemente, no tiene cabida en nuestra conversación.

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