El Reloj de la Luna y la Máquina del Silencio

Por El Tejedor de Sueños Felino 


"Caminamos sobre la hierba, escuchamos el tic-tac de un reloj que nadie puede ver, y esperamos una carta que nunca llegará."

A veces, cuando el sol se ha ido y la noche se desliza como una manta pesada sobre la ciudad, me siento en la terraza con una taza de café, o quizás de té, y observo la luna. Es un objeto solitario, un plato de porcelana fría colgado en el gran cielo negro, que parece existir en un tiempo distinto al nuestro. Su silencio es profundo, una especie de vacío que se te mete en los huesos si lo miras demasiado tiempo. Me pregunto qué tipo de sueños tendrá la luna. O si los sueños, en un lugar tan vasto y sin aire, se convierten en algo más, algo que no podemos entender. En esos momentos, el mundo parece tan pequeño y la luna, tan inmensamente lejana. Y el tic-tac de un reloj invisible en mi cabeza se hace más audible, un recordatorio de que el tiempo, después de todo, no es más que una ilusión.

Pero hoy, la NASA ha decidido que el silencio de la luna ya no es suficiente. Han anunciado que acelerarán sus planes para instalar un reactor nuclear en su superficie. La noticia llegó a mí mientras lavaba los platos, con el agua caliente corriendo sobre mis manos y el olor a jabón en el aire. De repente, la luna, ese plato de porcelana solitaria, se sintió diferente. Era como si un antiguo vecino, que había vivido en silencio durante millones de años, de repente decidiera poner una radio a todo volumen. La radio tocaría música que no podemos oír, pero sabríamos que está ahí, rompiendo la paz eterna. Un reactor nuclear en la luna. Una máquina que generará energía, luz, calor. Es un cambio tan fundamental en la naturaleza de ese satélite que me dio la sensación de que, a partir de ahora, la luna ya no sería la misma. Su silencio ya no sería el de la naturaleza, sino el de una máquina que trabaja en la oscuridad.

Cierro los ojos e imagino la escena. Un equipo de ingenieros, con cascos blancos y trajes espaciales, descargando la enorme caja de metal en el polvo lunar. El reactor, una vez ensamblado, comenzaría a emitir un zumbido. Un zumbido apenas audible, casi como el de un mosquito en una noche de verano, pero uno que resonaría a través del cosmos. Me pregunto si los conejos de la luna de los cuentos de hadas, que baten pasteles de arroz, escucharán ese zumbido. Y si lo escucharán, ¿qué pensarán? Quizás sea el sonido de un nuevo tipo de sueño, uno que no es ni bueno ni malo, sino simplemente diferente. Una energía que alimentará bases, exploraciones, quizás incluso una colonia. Pero, ¿a qué precio? ¿Qué parte del silencio lunar se perderá para siempre en este nuevo amanecer?

La idea de llevar la energía nuclear a la luna es, en esencia, la idea de llevar una parte de nosotros mismos al lugar más silencioso que conocemos. Es el eterno deseo humano de domesticar el vacío, de llenar el silencio con nuestro propio ruido. Y en ese sentido, el reactor no es solo una máquina. Es un reflejo de nuestra propia soledad, de nuestra necesidad de tener compañía, incluso si es solo el zumbido de un motor en un mundo sin aire. El reactor nuclear en la luna no es solo una proeza tecnológica, sino un espejo de nuestros miedos y esperanzas. Es el primer paso para convertir la luna, que una vez fue el símbolo de los sueños inalcanzables, en un simple rincón de la tierra, con sus propias luces y ruidos. Y en el silencio de la noche, al mirar ese satélite, ya no veré solo un plato de porcelana, sino una maquinaria que está tejiendo un nuevo tipo de sueño para la humanidad.

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