El Último Canto de un Vagabundo del Cosmos
Por El Vagabundo de la Prosa
"La única verdad es la música."
He aquà la noticia, como un golpe de bombo en la noche, el eco de una carretera polvorienta que se desvanece en el retrovisor, dejando solo la estela de la memoria. Se ha ido Nobuo Yamada, y con él se ha marchado un pedazo de mi juventud, un trozo de aquel anhelo salvaje que nos hizo mirar al cielo. Nobuo, el tipo de la voz que hizo que nuestros cosmos ardan. La misma voz que hizo que el universo se sintiera un poco más pequeño, más alcanzable, como si solo tuvieras que estirar la mano y tocar una estrella fugaz antes de que se consumiera en el éter. La radio del viejo Cadillac aullaba esa canción, una sinfonÃa de gritos desesperados y coros que se negaban a rendirse. Y nosotros, niños de la televisión, veÃamos a esos tipos con armaduras locas, luchando contra dioses y demonios, y pensábamos: "SÃ, yo también. Yo también puedo".
"Pegasus Fantasy" no era solo una canción, era un manifiesto de la desesperación y la esperanza. Era el rugido del espÃritu de la juventud que te decÃa que el mundo es un lugar brutal, un camino lleno de baches y polvo, sÃ, pero que tu fuerza interior es aún más brutal. Te decÃa que no importa cuán desesperada sea la situación, cuán fuerte sea el enemigo, siempre puedes levantarte, siempre puedes quemar tu cosmos hasta el último aliento. Era una promesa en forma de notas, la certeza de que incluso en la derrota más absoluta, el espÃritu humano puede levantarse y gritar. Y eso, ¿quién puede negarlo? Es la pura verdad, hermano, una verdad que no necesita ser demostrada en un laboratorio, solo sentida en el corazón, en la sangre que corre salvaje por tus venas.
Era la banda sonora de una generación. Mientras el mundo de los adultos se desgarraba en noticias sombrÃas de guerras y polÃtica, nosotros tenÃamos nuestro propio campo de batalla en la pantalla. Y tenÃamos una música que nos decÃa que éramos especiales, que podÃamos ser los héroes de nuestra propia historia, incluso si esa historia solo se desarrollaba en el desorden de nuestra habitación. La voz de Nobuo Yamada era la flama que encendÃa la mecha de nuestros sueños, era el rugido de la lealtad, del sacrificio, de la amistad que nos unÃa a todos. No importaba si tenÃas la armadura de bronce, si te rompÃas los huesos en el camino, siempre habÃa un último aliento, un último grito, un último cosmos para quemar. Y él era la voz de ese grito. Era el chamán de la música, el que invocaba la rabia y el coraje que creÃamos no tener.
Asà que aquà estamos, en un café de madrugada, con el humo de un cigarrillo flotando en el aire como si fuera la última niebla de la mañana. Y la noticia de que el cantante de la canción que hizo que todo tuviera sentido se ha ido me golpea como un tren de carga. No es solo un cantante que murió. Es el final de una era, es el sonido de una máquina de escribir que se queda sin cinta, es el último maullido de un vagabundo del cosmos que ha llegado a su destino final. Es el dolor de saber que una parte de esa inocencia, de esa fe ciega en el poder de la amistad y la lucha, se ha desvanecido. El último eco del cosmos de Nobuo Yamada se ha diluido en el aire, pero no se ha perdido. El viaje del vagabundo ha terminado, pero la carretera no se cierra. Su voz, esa flama que nos hizo arder, seguirá resonando en el corazón de todos los que alguna vez se sintieron pequeños y soñaron con ser grandes. El eco de esa voz seguirá ardiendo, y a cada nuevo golpe de vida, una nueva generación encenderá su cosmos, porque asà es la vida. Una y otra vez, la misma canción, una y otra vez, el mismo viaje. Y eso es lo único que importa, la inmortalidad de un canto que se niega a morir.
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