Cuando los drones de la paz suenan a pesadilla
Por Whisker Wordsmith
"Los hombres, como los gatos, a menudo maúllan por algo que no pueden tener, y luego se sorprenden cuando el plato les muerde la cola."
Dicen que el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones, y parece que el camino para terminar una guerra está lleno de drones zumbando en el cielo nocturno. O al menos, eso es lo que algunos, en su bendita ignorancia, parecen pensar. He escuchado a la gente murmurar, con una seriedad que me da escalofríos, que al lanzar estos pequeños monstruos de metal, los hutíes quieren poner fin al conflicto. ¡Ay, qué ingenuo! Es como si un hombre quisiera apagar un incendio en el granero lanzando un puñado de cerillas. O como si un niño, de esos que todavía creen que los duendes viven en el jardín, intentara convencer a un burro de que vuele. El fuego solo se hace más grande, y el burro simplemente se queda en su sitio, mirando con ojos vacíos mientras el rancho entero arde. Es un disparate tan grande que me hace querer arrancarme los bigotes, uno por uno.
Los drones no son palomas de la paz, señores. Son los heraldos de la pesadilla. Su zumbido en el aire no es una promesa de un mañana mejor, es el sonido del miedo que se arrastra por la ventana de tu dormitorio. Imaginen que están cenando tranquilamente, con el sol poniéndose y las estrellas comenzando a asomarse. De repente, el silencio se rompe por un sonido irritante que se te mete en los huesos y se siente como si te estuvieran taladrando la mente. No es un moscardón molesto, no es el motor de un coche lejano, sino algo mucho más siniestro. Es el zumbido de un dron, un objeto que lleva consigo la promesa de que la paz, si alguna vez existió, se ha ido a dormir con los peces. Ese sonido se te cuela por las rendijas de tu casa y se te anida en la mente, como un parásito que te recuerda que, aunque te sientas a salvo, nunca lo estarás del todo.
En este lado del mundo, donde las cosas se parecen más a un libro de Stephen King que a una negociación de paz, el miedo tiene un sabor agridulce. Al principio, es solo una pizca de paranoia. ¿De dónde viene ese sonido? ¿Es un avión? ¿Un helicóptero? Y luego, la verdad se revela como un monstruo debajo de la cama. Es un dron, uno que no va a negociar, sino a destruir. Entonces el miedo se convierte en terror. ¿Y qué pasa con la paz? Pues la paz, como una chica que se fue con el muchacho del pueblo de al lado, se ha olvidado por completo de nosotros. La guerra, por el contrario, nos tiene bien agarrados y no nos suelta. Es una historia de fantasmas que se repite una y otra vez, y cada dron es un nuevo capítulo en el que el final no es feliz.
Aquellos que creen que estos ataques son una estrategia para acabar con el derramamiento de sangre tienen la misma lógica que el que piensa que para curar una enfermedad hay que provocar una aún peor. El objetivo principal detrás del lanzamiento de drones no es el de terminar la guerra a través de la diplomacia, sino el de mostrar poder y solidaridad militar con otros grupos en la región, sin importar el costo humano o el ciclo de violencia que se desata. Es una estrategia de presión y desgaste, que busca generar una sensación de vulnerabilidad en la población civil. Es como la primera pieza de un dominó gigante: cuando cae, todas las demás están destinadas a seguirlo, hasta que todo el tablero se desordena y el caos se convierte en el único ganador.
Las guerras no se terminan con drones; se terminan con diplomacia, con acuerdos, con la voluntad de sentarse a la mesa y dejar de lado las venganzas. El lanzamiento de estos artefactos no es un paso hacia la paz, sino un empujón hacia un abismo más profundo. Es una táctica que busca el desgaste, la inestabilidad y la consolidación del poder. Es una pieza más en la maquinaria de la guerra, una herramienta que, lejos de ser un símbolo de paz, es una muestra de que el conflicto está lejos de su fin. Es como un río que sigue fluyendo hacia un precipicio, y nadie parece dispuesto a detenerlo. Y la verdad, como siempre, reside en los motivos ocultos, no en el ruido que generan.
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