La Confesión del 'Mayo': El Fin de un Fantasma
"Cuando un fantasma se declara culpable, es el sistema que lo protegió quien ha perdido la voz."
El eco de un nombre que por décadas fue sinónimo de sombra, de mito y de impunidad, ha resonado finalmente en un tribunal de Estados Unidos. Ismael “El Mayo” Zambada, el fantasma del narco, el hombre inatrapable que burló al Estado mexicano durante más de cincuenta años, se ha declarado culpable. Su confesión no es un simple acto legal; es la fisura en el mural de la corrupción que su figura misma ayudó a pintar con la sangre de miles. Su caída no es la de un criminal solitario, sino el colapso de un sistema.
La justicia oficial, la narrativa del Estado y la grandilocuencia de la política pueden querer presentar esto como una victoria rotunda, el triunfo del orden sobre el caos. Pero la verdad, la cruda y visceral verdad, es que la confesión de Zambada es un espejo que nos obliga a mirar las venas abiertas de nuestra propia historia. Las palabras que salieron de su boca no fueron de arrepentimiento, sino de fría revelación: una red de sobornos a policías, militares y políticos que operó durante casi medio siglo. Un sistema que no solo le permitió vivir como un rey, sino que lo protegió, lo engrandeció y lo hizo un eslabón indispensable en la cadena del poder. No fue un criminal operando fuera de las reglas, fue la regla misma.
El mito del "fantasma" se ha derrumbado, revelando a un hombre de 77 años en el ocaso de su vida, enfrentando la justicia que le fue negada en su propio país. Esta imagen es el verdadero simbolismo de nuestra derrota: la incapacidad de un Estado para sanar sus propias heridas, para desmantelar la podredumbre desde adentro. Que un criminal de este calibre sea juzgado en una tierra ajena, con leyes ajenas, es un recordatorio de que la impunidad no es un accidente, sino una función central del poder.
Su declaración de culpabilidad es una crónica del fracaso. Mientras la narrativa oficial celebra su condena, ignora el por qué de su larga impunidad. Ignora los nombres de los que se enriquecieron, de los que voltearon la mirada, de los que le dieron la mano. La narrativa del arresto se enfoca en el "quién", pero la historia que nos debería importar es el "cómo". ¿Cómo se convirtió en un fantasma? ¿Cómo se construyó su imperio sobre cimientos de complicidad política y de silencio? Su confesión no responde a estas preguntas, pero las grita al viento para que quien quiera oír, las escuche.
"El Mayo" se ha ido, pero su sombra persiste. Y su caída no ha traído el silencio de la paz, sino el murmullo de una pregunta que se niega a morir: ¿Quién será el próximo fantasma? ¿Quién lo protegerá? ¿Y por qué, una vez más, la verdad tuvo que ser contada en una corte lejana, en otro idioma, en una tierra que no es la nuestra? Su confesión es el punto final de una era, pero no es el fin de la historia. Es el inicio de un nuevo capítulo en el libro interminable de las venas abiertas.
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