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El Eco del Silencio:

 

 Un Réquiem para la Verdad en Gaza


"Algunas muertes son solo el comienzo de un silencio."

Se hizo la noche sobre el hospital, pero no fue una noche cualquiera. No fue esa negrura que promete la luna y la posibilidad de una nueva aurora. Fue una noche de ceniza y escombros, una noche que mordía el aire con el sabor de la sangre y el humo. Fue la noche en la que un hospital, ese último santuario de la esperanza, se convirtió en una lápida colectiva. Y con cada pared que caía, no solo se desplomaban ladrillos, sino también la última fe que quedaba en una guerra que, en su locura, había decidido borrar los límites de lo humano.

Ese día, la noticia fue un dardo envenenado que atravesó el mundo. Un hospital, que en su interior albergaba más heridas que almas, había sido bombardeado. El aire se llenó con el eco de los lamentos, pero el silencio más profundo fue el de los que ya no podían gritar. Veinte vidas extinguidas, como si fueran velas sopladas por una ráfaga de viento helado. Entre ellas, cinco periodistas. El número es frío, estadístico, pero detrás de cada cifra había un corazón que latía por una madre, por un padre, por la verdad. Había una cámara que había visto demasiado, un cuaderno con notas apresuradas y una pluma que se había manchado de polvo y de un dolor que no se podía escribir.

La guerra tiene muchas caras, pero la de la impunidad es la más cruel. Si en el capítulo anterior asistimos al colapso de un imperio criminal, aquí presenciamos algo más desolador: la caída de un bastión de la decencia. Los periodistas son la memoria de una guerra que preferiría ser olvidada. Son los cronistas de las venas abiertas de la historia, las que sangran en una ciudad arrasada. Al bombardear un hospital, la guerra no solo atacó un edificio, sino el cuerpo mismo de una sociedad enferma y moribunda. Y al matar a los periodistas, no solo se asesinó a cinco personas, sino que se intentó asesinar a la verdad. Porque la verdad es un virus que la guerra no puede curar, una historia que no puede reescribir, y una voz que se niega a callar.

El mundo vio las imágenes, pero no entendió la tragedia. La tragedia no está en la foto del escombro, está en la historia no contada. Está en la madre que no podrá enterrar a su hijo con la dignidad que merece, en el médico que no podrá volver a curar una herida. Y en la pluma del periodista que quedó sepultada bajo los cascotes, una pluma que jamás volverá a escribir. La tragedia es la narrativa de la derrota de la esperanza, el triunfo de un sistema que no entiende de piedad, solo de poder.

Este artículo no es una crónica. Es un réquiem. Una oración por los muertos que no tuvieron un funeral, y una denuncia por las verdades que no tuvieron un eco. Es el eco del silencio que nos persigue a todos, porque si la impunidad puede aplastar a la verdad en un hospital, entonces no hay lugar en el mundo donde la verdad esté a salvo. Con la grandilocuencia de la tragedia y la melancolía del realismo mágico, esta pieza nos ha dejado una imagen que no podremos olvidar: la del hospital como un cuerpo humano herido y del periodismo como su voz, ambas silenciadas.