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La cumbia del Diablo y las pesadillas del sol 

Por Whisker Wordsmith 

"La realidad es una novela de terror. Y a veces, la música solo te recuerda que los monstruos ya están aquí."




A los corridos tumbados les tienen miedo los viejos y los políticos. Y por “miedo” no me refiero a esa cosquilla en la panza que sientes cuando ves una rata en la cocina. Me refiero al terror puro y duro de un viejo que por fin se da cuenta de que la verdad que ha enterrado con tanta prisa, está cantando a todo pulmón en la camioneta de su nieto. Dicen que glorifican la violencia, que les lavan el cerebro a los jóvenes, que son un mal ejemplo. Ja. La verdad es que esos viejos y políticos son los que no han visto a un monstruo de verdad. Y no lo han visto porque viven con él, le dan de comer, lo visten, lo educan, y le piden que se calle la boca.

Un monstruo de verdad no se esconde en los versos de una canción. No está esperando bajo la cama ni en las sombras del bosque. Un monstruo de verdad te sonríe en la esquina de la calle, te saluda en el ayuntamiento, te vende la paz para arrancarte los ojos un minuto después. Los corridos tumbados, a decir verdad, son un eco. Un eco del grito que se ahoga en el silencio. La gente los escucha porque la realidad es un animal salvaje y la música es lo único que nos permite ver su silueta sin que nos mate de un infarto. Son el blues del nuevo mundo: un lamento rítmico, una queja cruda y sin adornos. ¿Y de qué nos quejamos? De lo que ves en las noticias, de lo que le pasó al compa del primo de tu tía, de lo que te pasó a ti. Pero en un país donde todo el mundo finge que la vida es una fiesta, el corrido tumbado es el borracho que llega a la fiesta para decir que el pastel está envenenado.

Se quejan de que hablan de dinero y de poder, como si ese no fuera el único chiste de este circo desde que se inventó el primer billete. Se quejan de que hay armas y lujos. Pero detrás del Lamborghini y las cadenas de oro, hay un terror que se arrastra. Un miedo tan antiguo como el hombre. El miedo a perderlo todo. Es el miedo de que el sol se ponga y no vuelva a salir. Es el miedo de que el vecino de al lado, que te sonríe, tenga un cuchillo en su bolsa. Los corridos no te hablan del poder, te hablan de la fragilidad del poder. Te cuentan que por cada rey hay cien mil asesinos esperando en las sombras. En un mundo donde nadie es libre, la única forma de sentirte un poco libre es cantando que has vencido a tus propios demonios. Aunque sea por tres minutos.

A veces, cuando los escuchas, te das cuenta de que no están cantando sobre lujos, ni sobre poder. Están cantando sobre el miedo. Sobre el miedo de que la casa en la que duermes sea la tumba de tu familia. Es un género que te cuenta una historia en la que los finales felices no existen, porque en la vida real, los héroes son los que sobreviven, no los que ganan. Y es ahí, en ese pesimismo brutal, donde reside su honestidad. A los viejos les molesta porque el corrido tumbado no oculta lo que ellos esconden en su clóset. Les molesta porque las canciones huelen a sangre y a pólvora. Y esa es, carajo, la única forma de hacer literatura honesta hoy en día. Sin censura y con las tripas por fuera.