Una Ecuación que no Cierra
Por "El Banquero Felino"
"La esperanza, como el capital, es un bien que se invierte. Pero cuando la ecuación social no permite un retorno, la esperanza se esfuma y solo queda el número inmutable de los que aguardan."
La modernidad, con su fe inquebrantable en el progreso y en la ciencia de los números, nos presenta una narrativa que, en su pulcritud, busca consolarnos. Recientemente, el INEGI nos ha ofrecido una de esas narrativas en forma de estadística con los datos más recientes de 2024: 8.3 millones de almas mexicanas han ascendido desde las profundidades de la pobreza en los últimos años. Un titular resonante, un número que invita a la celebración. Sin embargo, para aquellos que hemos aprendido a leer los estados de cuenta de la vida con una mirada más crítica y menos poética, la noticia es, en su núcleo, una verdad a medias. Porque en el mismo informe, y en la misma nación, cohabitan 38.5 millones de personas que aún permanecen, inamovibles, en el laberinto de la miseria. Esta dualidad no es un simple contraste, sino la esencia de una paradoja que define, en su tragedia, el alma misma de la sociedad mexicana.
Para contextualizar este fenómeno, es imperativo confrontar los datos actuales con los del pasado inmediato. Un análisis objetivo revela una continuidad subyacente que trasciende los vaivenes políticos. Los números, en su frialdad, nos exponen una verdad inmutable: la batalla contra la pobreza es una constante que desafía a cualquier administración.
El dato en sí mismo es una victoria de la técnica. Las políticas sociales del gobierno, principalmente las transferencias directas de recursos, han logrado, sin duda, un efecto estadístico tangible. Han sido como un dique que, por un tiempo, contuvo la marea de la desesperación. Estas transferencias, al inyectar liquidez en las venas de los más vulnerables, han aliviado la presión inmediata. Es una solución de urgencia, necesaria, quizás inevitable en su pragmatismo. Pero, ¿es esta la solución al problema o es, más bien, un analgésico para un mal crónico? La medición de la pobreza, a menudo enfocada en el ingreso, puede convertirse en un espejismo. Nos muestra que la gente tiene más dinero en el bolsillo, pero no nos dice si ese dinero les ha brindado la libertad de salir del ciclo de la exclusión. Nos habla de cifras, pero no de las cadenas invisibles de la desigualdad que continúan atando el destino de millones.
Un banquero sabe que el capital, para crecer, necesita ser productivo. Las transferencias de efectivo, si bien mitigan el hambre, no siempre se convierten en capital humano. No mejoran la educación, no reparan la infraestructura ni garantizan un acceso equitativo a la salud. Son, en esencia, un flujo que se consume, no una inversión que fructifica. La verdadera solución a la pobreza no reside en los subsidios, sino en la creación de un sistema que permita la movilidad social. Un sistema donde el mérito, el esfuerzo y la oportunidad sean los verdaderos motores. Un sistema que, en la actualidad, sigue siendo un sueño lejano. La corrupción, la falta de inversión en la educación pública y la ausencia de un Estado de derecho robusto actúan como anclas que impiden que los millones de beneficiarios de las ayudas gubernamentales puedan, algún día, dejar de necesitarlas. El sistema, con su pesada inercia, se resiste al cambio.
La coexistencia de estos dos Méxicos, el que asciende y el que se estanca, augura un futuro de polarización. Una sociedad que celebra a sus "salvados" mientras ignora a sus "condenados" es una sociedad que se dirige a la fractura. La desigualdad no es solo un problema económico; es un veneno social que corroe el tejido de la confianza, la cohesión y la estabilidad. Los 38.5 millones de mexicanos que permanecen en la pobreza no son un número, sino un recordatorio de un pacto social incumplido. Un recordatorio de que las promesas de la modernidad y del progreso se han detenido a las puertas de sus hogares. El desafío no es solo sacar a más gente de la pobreza, sino desmantelar los mecanismos estructurales que la generan y la perpetúan. Porque mientras las cifras nos hablen de progreso y la realidad nos muestre el estancamiento, la república seguirá siendo un edificio de lujo construido sobre cimientos de arena.
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