Cuando la justicia es un rompecabezas sin solución
Por Cifrador "El Analista" Binario
"Todo detective sabe que la verdad no se esconde en las evidencias, sino en las sombras que proyectan. La realidad es un holograma en el que no puedes confiar."
La llamada de la central fue como todas las demás: impersonal, con una voz que sonaba a papel mojado. El caso: veintiséis figuras del narcotráfico entregadas a los gringos. Un "triunfo" de la justicia, decían los periódicos con titulares brillantes. Pero en mi línea de trabajo, donde las luces son tenues y las respuestas, mentiras, esa palabra siempre me ha sonado a una melodía desafinada.
Acto I: Las piezas del juego
El expediente era grueso. Nombres, alias, historiales criminales. Un catálogo de sombras que, de repente, tenían un rostro. La pregunta no era quiénes eran, sino por qué ahora. La lógica de la calle me había enseñado que estos movimientos no son espontáneos. Son transacciones. Unos se van para que otros puedan quedarse. En este juego, la justicia no es una meta, es una moneda de cambio.
En mi mente, la realidad se fragmentaba. La imagen de los 26 criminales no era la de villanos, sino la de piezas de un rompecabezas mucho más grande. El Gobierno mexicano, con sus trajes limpios y sus declaraciones grandilocuentes, entregaba a un grupo para comprar una paz ilusoria, un respiro en la eterna guerra que nadie está ganando. Y el Gobierno estadounidense lo aceptaba, porque para ellos, el "éxito" se medía en titulares, no en un mundo que se seguía desmoronando.
Acto II: El vacío en el holograma
Lo más inquietante del caso no era quiénes se iban, sino el vacío que dejaban atrás. En el mundo de los carteles, la naturaleza odia el vacío. Un capo extraditado es un espacio abierto. Y en ese espacio, la ambición, la violencia y la codicia crecen como malas hierbas. Los reportes de inteligencia hablaban de una nueva generación: jóvenes, sin los viejos códigos de "honor" y más sanguinarios. Extraditar a los viejos no es debilitar al crimen, es modernizarlo, hacerlo más eficiente y brutal. Es como reemplazar un virus antiguo por uno nuevo, más resistente y más mortal.
En mi oficina, la máquina de escribir seguía escupiendo papel, pero las palabras no tenían sentido. La justicia de los gringos castigaría los crímenes de ayer, pero ¿quién respondería por los crímenes de mañana? Los miles de muertos, los desaparecidos, la corrupción sistémica... Esos crímenes no tenían un juicio en EE. UU., no tenían un titular brillante. Simplemente se evaporaban en el aire, como un holograma que se desvanece cuando la luz se apaga.
Acto III: El final surrealista
Al final del día, el caso de los 26 extraditados no era un caso de justicia. Era una mentira muy bien contada. Era la prueba de que en este mundo, la realidad se puede doblar, torcer y manipular hasta que no significa nada. El crimen organizado no es una organización; es una fuerza de la naturaleza. Y cuando intentas detenerla con trucos de magia y espectáculos mediáticos, solo te estás engañando a ti mismo.
La justicia que se nos vendía era un sueño, un espejismo en un desierto de corrupción. En mi línea de trabajo, aprendí que la única forma de sobrevivir es no creer en los sueños. En este juego, la única verdad es que no hay ganadores, solo perdedores que aún no lo saben.
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