La desaparición de las lenguas celtas
Por Profesor Bigotes
"Un hombre habla una lengua. Un pueblo habla una lengua. Cuando la lengua muere, mueren con ella los hombres y el pueblo, incluso si todavía caminan y trabajan. El silencio es un muro que se construye entre ellos y su pasado."
El hombre se sienta en la barra del pub. La cerveza es negra y densa. Habla en inglés con el camarero. Le pide otra. En una mesa, los jóvenes ríen y usan sus teléfonos. Hablan inglés. El hombre es uno de los últimos que todavía habla irlandés. Lo aprendió de su abuelo, en una granja donde el viento venía del mar. Recuerda la cadencia, el sonido de las palabras al nombrar la lluvia y la hierba. Ahora, las palabras se oxidan en su garganta, como viejas herramientas abandonadas. Salen solo cuando está solo, cuando mira el mar o el fuego de la chimenea. Es un lenguaje para fantasmas.
En una pequeña aldea en Gales, la anciana sale de su casa. Su cabello es blanco como la nieve de las montañas. Los niños de la escuela pasan. No la saludan en galés. El galés ha sido una lengua para las escuelas y para los carteles de las carreteras, pero no para la calle, no para el juego. La anciana recuerda un tiempo en que el mercado estaba lleno de palabras galés. Eran palabras duras, como el carbón, y suaves, como el musgo. Ella las lleva como un tesoro, un peso del que nadie más quiere. A veces, le habla a su perro en galés. El perro no entiende el significado, pero entiende el tono. El tono es de una lealtad que se está desmoronando.
La lengua de Escocia, el gaélico, ya casi no existe. Quedan las canciones. Hay hombres que cantan canciones viejas sobre batallas y naufragios. Los cantan con la tristeza de un adiós. Es un lamento. La lengua ya no sirve para comprar, para vender, para amar o para pelear. Es una lengua para el recuerdo. Es una lengua de museos. Se conservan como reliquias, piezas de un tiempo que no volverá. El olvido tiene un sonido. Es el sonido del viento en un campo vacío, del agua golpeando una orilla sin barcos, de un hombre que se sienta solo en un pub. Es el sonido de una historia que ya nadie cuenta.
El fin de una lengua no es dramático. No hay explosiones ni grandes tragedias. Es un proceso lento, casi imperceptible. Es un goteo constante. Una palabra, luego otra. Un pueblo que prefiere la comodidad del idioma más grande, más útil. El idioma del dinero. El idioma que conecta. Y en ese proceso, se desconectan de algo más profundo, algo más verdadero. La lengua no era solo la forma en que se comunicaban; era la forma en que pensaban. Era la geografía de su alma. Y ahora, el alma se está volviendo extranjera. Se está adaptando a una nueva forma de pensar, a una nueva forma de sentir. El vacío que deja es un espacio que nadie llenará. El silencio es el precio del progreso. Es un precio alto. Y no hay nadie que lo esté cobrando, solo ellos que lo pagan, con el último de sus susurros.
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