" Del Papiro al Algoritmo"
Por El Monje Cansado
Un monje cansado observa la cruz y el algoritmo, y se pregunta: ¿Puede el Verbo, que resonó en las plazas de Galilea, adaptarse al lenguaje de los stories de Instagram?
El Verbo, esa primera y fundamental tecnología de la fe, ha caminado sobre las aguas de los siglos, ha sido inscrito en papiros, tallado en mármoles, impreso en códices y, finalmente, codificado en el lenguaje de ceros y unos. Hoy, la Iglesia, en su incansable búsqueda de almas, ha encendido la luz de un nuevo faro: los "misioneros digitales" en plataformas como TikTok e Instagram, tal y como han reportado agencias de noticias. La noticia me llega en mi celda monástica, y el silencio se rompe con la paradoja de esta nueva evangelización.
Esta no es la primera vez que la fe se enfrenta a una revolución tecnológica. Pienso en la imprenta de Gutenberg, una innovación que democratizó el acceso a la Biblia, pero que también sembró las semillas de la herejía y la Reforma Protestante. La Iglesia perdió el monopolio del conocimiento, y el Verbo, que antes se transmitía en manuscritos custodiados por monjes como yo, se convirtió en un objeto de libre interpretación. Del mismo modo, la radio y la televisión nos prometieron una voz universal, pero su comunicación era un monólogo. Hoy, el internet es la nueva imprenta. Es una tecnología de fragmentación y de diálogo. Un sacerdote puede transmitir un sermón, pero su mensaje ahora coexiste con el de un ateo, un hereje, o un influencer que promociona un té milagroso. El desafío de hoy no es solo la herejía, sino la banalidad.
La fe del siglo XXI exige velocidad, viralidad y visibilidad. Y en esta nueva evangelización, la teología se traduce al lenguaje de los símbolos digitales. ¿Qué ocurre cuando la solemnidad de un sacramento se comprime en un reel de 60 segundos? El algoritmo premia el engagement, los likes y las visualizaciones. ¿Se puede medir la fe en un "Me gusta"? El corazón de Instagram, el "pulgar arriba" de Facebook, se han convertido en nuevas formas de asentimiento, sustitutos efímeros del amén o la genuflexión. La liturgia se convierte en contenido. El sermón, en una cápsula informativa. Y el mensajero, el sacerdote o la monja, se enfrenta al dilema de la "marca personal", compitiendo por la atención en el mismo espacio que otros influencers. La pregunta ya no es solo si el mensaje es puro, sino si es lo suficientemente atractivo.
Y, sin embargo, hay otra perspectiva que mi mente monástica no puede ignorar. La digitalización también puede ser un camino para una nueva forma de comunidad. La fe que antes se vivía en la parroquia, en la plaza del pueblo, ahora puede resonar en una red global. Estos "misioneros" pueden construir una nueva congregación, una "parroquia global" que trasciende fronteras y fusos horarios. El problema no es la herejía clásica, sino la herejía digital, la fragmentación del dogma en píldoras de contenido. El peligro no es la blasfemia, sino la banalización.
Y yo, un monje cansado, solo puedo sentarme a observar. La palabra de Dios está en la palma de nuestras manos, en una pantalla que brilla con miles de notificaciones. Es una nueva forma de fe, o tal vez una nueva forma de espectáculo. Solo el tiempo, ese maestro implacable, nos dirá si estos misioneros digitales son la salvación o si, por el contrario, han introducido la frivolidad de la era digital en el corazón mismo de la fe.
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