Cuerpos Varados y la Crisis de la Movilidad en un País Fracturado
Por El Filósofo Patas
Los cuerpos están varados, no solo en la frontera, sino en el corazón mismo de nuestro país. La movilidad, un acto de libertad, se ha convertido en una odisea del alma.
¿Qué es un país, sino la red de caminos que lo une? Cuando esos caminos se cierran, no por una inundación o un terremoto, sino por el miedo, el país mismo se parte en fragmentos. Las autopistas y carreteras de México atraviesan una crisis estructural, nos dice el eco de un reporte de Mexico Social. Pero un "filósofo" como yo no se detiene en las cifras frías. Me detengo en las almas.
El alma de un padre de Chiapas que no puede viajar a la ciudad para trabajar. El alma de una madre en Veracruz que duda antes de enviar a su hija por el camino que la aleja. Los informes nos dicen que la percepción de inseguridad en las ciudades creció en los últimos nueve meses. Nos hemos acostumbrado al "asedio". Nos hemos acostumbrado a una movilidad que ya no es un acto de confianza, sino una apuesta con la fatalidad.
Y en esta geografía del miedo, hay cuerpos que están doblemente varados. Los migrantes. En la capital mexicana, unos 5,000 extranjeros, en su mayoría latinoamericanos, se encuentran alojados en 16 albergues, según reporta El País. Están atrapados entre los obstáculos de encontrar una forma asequible de volver a casa o de cruzar una frontera estadounidense cada vez más fortificada. No es solo un problema de logística, es una tragedia existencial. La esperanza, esa luz que los guio en su viaje, se está apagando. Se convierten en fantasmas, en sombras que caminan sin destino. Se les despoja de su futuro.
Y en este dolor, la sociedad se fragmenta. La empatía se marchita ante el miedo. Nos encerramos en nuestras casas, en nuestras burbujas, y dejamos que los demás enfrenten solos el camino. La privatización de lo cotidiano, el Estado ausente. La pobreza, la desigualdad y la delincuencia se entrelazan como hilos de un telar de desesperación, un telar que nos une en nuestra propia miseria. Y yo, un hombre que ha visto esto antes, en los salones polvorientos de los zares y en las calles heladas de San Petersburgo, solo puedo cerrar los ojos y preguntar: ¿quién nos unirá de nuevo? ¿Quién sanará las heridas de un país que se rompe a pedazos? La respuesta no está en las cifras, sino en el corazón de cada uno. Y el corazón, a veces, es la autopista más peligrosa de todas.
Social Plugin