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El Cuerpo Político y la Nueva Neolengua de la Censura

Por Guardián de la Verdad 



La libertad es la libertad de decir que dos y dos son cuatro. Cuando eso se concede, todo lo demás se sigue. Pero cuando la verdad se sacrifica por una causa, la mentira se vuelve arte, y el arte, una mentira.

En la Ciudad de México, los muros de un teatro han presenciado un nuevo capítulo en la historia interminable de la manipulación. El Festival Internacional de Danza, un espacio que supuestamente celebra la expresión humana, ha decidido cancelar la participación de artistas israelíes. La justificación es noble en apariencia: una "protesta" o un "boicot" en nombre de la justicia. Pero un Guardián de la Verdad sabe que detrás de cada acto de censura, por muy bienintencionado que sea, se esconde la misma lógica del control. El escenario, un día templo de la expresión, se ha convertido en un campo de batalla ideológico.

La lección más aterradora de esta nueva era es la redefinición del lenguaje. Al igual que el Partido en la novela de Orwell creaba la "neolengua" para controlar el pensamiento, hoy vemos cómo se manipulan términos como "solidaridad", "conciencia" y "justicia social" para justificar la coerción. El acto de prohibir a un artista no es "censura", sino "activismo". El silencio del escenario no es una pérdida de libertad, sino una "declaración política". Quien se atreve a cuestionar la medida no defiende el arte, sino que se le acusa de ser un "insensible". Así, el debate se anula, la crítica es silenciada, y la verdad se convierte en una versión manipulada de la realidad.

Esta manipulación del arte tiene un eco siniestro en la historia. En el pasado, los comités de censura eran un brazo del Estado, un rostro visible del poder que prohibía. Pero hoy, la amenaza no es un dictador, sino un millón de voces que dictan la "verdad" del momento. La vigilancia no proviene de un Gran Hermano, sino de una multitud que se vigila a sí misma en las redes sociales. La cancelación no es un decreto, sino el resultado de una presión social que se disfraza de "justicia". El arte, en su esencia, es un acto de libertad y de expresión. Cuando se le prohíbe a un cuerpo subir al escenario por motivos políticos, la danza muere, y en su lugar, se levanta una nueva estatua: el monumento al dogma.

Y en este teatro del absurdo, el silencio es la nueva obra de arte. El silencio de los artistas cancelados, el silencio de los organizadores que obedecen, el silencio de una audiencia que, en lugar de reclamar la libertad, la celebra. La verdad es que la censura, sea cual sea su bandera, siempre lleva al mismo resultado: la erosión de la libertad de expresión, la destrucción del pensamiento crítico y la imposición de una única visión del mundo. Y cuando la libertad para bailar y crear se pierde, la batalla está perdida.