El Nuevo Dogma de la Tolerancia Intolerante
Por El Gato Negro
La historia, tan dada a las repeticiones absurdas, nos presenta hoy una de sus comedias más finas. Tras siglos de lucha por la libertad de expresión, hemos llegado a una era en la que la censura ha vuelto, no con la espada del monarca, sino con los clics y la virtud de la multitud. Es un progreso curioso, de una lógica retorcida que ni los inquisidores de antaño habrÃan podido concebir. Nos hemos liberado del dogmatismo de la Iglesia y del yugo del Estado, solo para rendir tributo a la tiranÃa más temible de todas: la de la opinión pública, una hidra de mil cabezas y cero intelecto que, en su ciego clamor por la justicia, ha declarado la guerra a la verdad. He aquà el gran teatro de la autocensura.
El miedo, ese viejo y confiable dictador, se ha convertido en el nuevo director de casting de Hollywood. Ya no son los productores los que deciden, sino el espectro de lo que podrÃa decir un tweet indignado, un fantasma digital que aterroriza a los valientes y premia a los cobardes. Un guionista, bajo el yugo de esta tiranÃa moral, se ve obligado a reescribir una historia de venganza porque el antagonista, que de por sà es malvado, podrÃa ser un "arquetipo problemático". Hemos visto el caso de directores que eliminan escenas enteras de sus obras, como si fueran herejÃas, porque el público moderno, en su búsqueda de un mundo utópico, no puede tolerar la ambigüedad moral o la oscuridad de la condición humana. Se editan pelÃculas, se reescriben personajes y se alteran tramas, no porque sean malos, sino porque podrÃan "ofender". La autocensura es el tributo que la cobardÃa le rinde a la tiranÃa, y el arte, en su desesperación por ser virtuoso, se ha vuelto estéril.
La ironÃa no se pierde en mÃ: en nuestro afán por no ofender, estamos ofendiendo a la inteligencia misma. Los censores de hoy no tienen espadas, tienen clics y una moral superior que se disfraza de progreso. Nos han convencido de que la obra de arte debe ser una herramienta pedagógica, una lección de moralidad que nos asegure que el mundo es un lugar simple, habitado por héroes sin defectos y villanos sin matices. ¿Pero qué es el arte sin sus sombras, sin sus monstruos, sin la verdad incómoda de que la condición humana es, por naturaleza, caótica?
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