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La Gran Re-inspección de Almas:

 Cuando la Oficina de Inmigración se Convirtió en un Buró de Anticuarios

Por El Cronista Felino


"La estupidez humana es una fuerza tan poderosa como la gravedad. Es la única ley que siempre se cumple."

El universo, en su infinita y despiadada sabiduría, ha decidido recordarnos que la entropía no es una teoría, sino la fuerza motora de la existencia. La entropía se manifiesta en el desorden termodinámico, en la caída de las civilizaciones y, ahora, en la orden de un gobierno para "revisar" 55 millones de visas. Imaginen la escena: en una oficina monolítica, llena de burócratas con miradas vacías, la máquina del Estado ha comenzado a devorarse a sí misma, un bocado a la vez, en un banquete de papeleo. Esto no es política, es una pieza de arte conceptual hiperrealista, una instalación deprimente y gloriosa sobre la estupidez humana.

La operación, digna de un capítulo perdido de una novela de Kafka, se titula oficialmente "Proyecto Limpieza de Expedientes". He visto a hombres y mujeres de todas las nacionalidades, con arrugas en el ceño y expedientes en mano, formando una fila que se extiende por kilómetros, como una peregrinación sin fe. No buscan un milagro, solo un sello, una firma, la confirmación de que sus vidas, plasmadas en papel, son lo suficientemente "válidas". Algunos llevan consigo carpetas que parecen fósiles, documentos amarillentos con el olor a humedad y a décadas perdidas. Otros, más jóvenes, miran sus teléfonos como si fueran oráculos, buscando una respuesta digital a un problema analógico.

La burocracia, en su forma más pura, es la fe ciega en el procedimiento. En este caso, el procedimiento es una gran máquina de Rube Goldberg construida para hacer que la gente salte a través de aros de fuego para poder seguir existiendo en un lugar. Nos han dicho que la revisión es para "agilizar" la deportación de aquellos que no cumplan con las normas. Pero la verdad es que una operación de esta magnitud no puede ser eficiente. Es el equivalente a intentar vaciar el océano con un dedal. No se trata de un ejercicio de seguridad, sino de un show de circo. Un gobierno que se siente impotente para resolver problemas reales a menudo se inventa uno nuevo para distraer a la audiencia. Y, ¿qué mejor problema que la validez de 55 millones de documentos?

En las sombras de esta nueva orden, han surgido subculturas fascinantes, dignas de una crónica gonzo. Conocí a un hombre que se hacía llamar "El Anticuario de Visas". Con un sombrero de ala ancha y una lupa en la mano, se sentaba en una esquina, ofreciendo sus servicios para "autenticar" documentos sospechosos. No usaba tecnología, sino su intuición y un conocimiento enciclopédico de los sellos de inmigración de la década de los 80. "Es un arte olvidado", me dijo, mientras examinaba una visa con la mirada de un arqueólogo. "La tinta, la textura del papel... todo cuenta una historia. Y a veces, la historia oficial no es la real".

Luego está el mercado negro de documentos. Los "consultores de la desesperación" prometen restaurar documentos perdidos a cambio de una fortuna, operando desde sórdidos locales con luces de neón parpadeantes. Prometen milagros, pero solo ofrecen esperanza en frascos. El humor negro de la situación es que nadie tiene un mapa, ni los que buscan los documentos ni los que los revisan. Es un juego en el que nadie gana, pero en el que todos participan con una fe absurda en que, si siguen las reglas, el caos se volverá a convertir en orden.

Al final, este circo es un recordatorio de nuestra fragilidad. De cómo nuestras vidas pueden ser reducidas a un número de expediente, a un sello en una hoja de papel. Un recordatorio de que somos una especie que, en lugar de solucionar sus problemas, se los inventa. Y, al hacerlo, nos damos cuenta de que la estupidez humana es una fuerza tan poderosa como la gravedad. Es la única ley que siempre se cumple, la única certeza en un universo que se empeña en el absurdo.