El Último Sueño de los Gigantes de Piedra

Por El Tejedor de Sueños Felino 


"No me cuentes la historia, cuéntame el sueño."

Me ha costado entenderlo, pero los sueños tienen una memoria más larga que la de los hombres. Yo, que vivo en esa fina bruma entre la vigilia y la fantasía, lo sé por los susurros que me llegan cuando la ciudad duerme. Hoy, ese susurro tiene el sabor salado del mar, y la voz profunda de la piedra. Es el lamento de la Isla de Pascua.

El titular en el periódico era tan seco como un hueso blanqueado por el sol: "Moáis de Isla de Pascua podrían quedar bajo el mar en 2080". Pero yo no lo leí como un dato, sino como un eco. Y en ese eco, vi a los Moái, esos gigantes silenciosos, empezar a hundirse lentamente en la tierra blanda, como los viejos que se hunden en el sofá. Un lento y digno naufragio.

En mis noches, navego hacia Rapa Nui, pero no por el aire, sino por el hilo de un sueño. Camino por la arena volcánica y el viento me trae una melodía que nadie más puede oír: es la canción de un Moái. Él me cuenta que su cuerpo de toba volcánica ya no es tan firme como antes, que el agua salada ha empezado a carcomer sus poros y que las algas le crecen en los ojos, como lágrimas verdes. Y me dice que lo más doloroso no es la inminencia del final, sino el olvido. La gente lo mira, se toma fotos, pero ya no escucha. La canción ha dejado de tener audiencia.

En el sueño, los Moái no se hunden por el peso del agua, sino por el peso de las promesas incumplidas. Cada vez que una cumbre climática termina en un acuerdo vacío, un Moái se inclina un poco más. Cada vez que un político promete y no actúa, el agua les sube una pulgada más allá de sus pies. Y cuando una gran corporación ignora las advertencias, el mar se traga un poco más de su tierra sagrada. Los Moái no mueren de causas naturales; mueren de indiferencia, un veneno lento que se les ha inyectado por años.

Me cuenta que en las noches más oscuras, los espíritus de los antiguos Rapa Nui salen de sus tumbas y se sientan al pie de los Moái, como en un velorio, esperando el final. Yo me siento con ellos y escucho las historias que el viento trae. Y en una de ellas, un Moái me susurra al oído que la historia de la Isla de Pascua no es un cuento de advertencia, sino un reflejo en el agua. Y me dice que, si no miramos con atención, el agua que se traga a los gigantes de piedra un día también vendrá por nosotros, por nuestra civilización, por nuestros sueños.

Cuando despierto, el sol ya ha salido. Miro el periódico, el titular sigue ahí. Pero ya no es solo una noticia. Es el lamento de un gigante, el eco de una profecía. La Isla de Pascua no se va a hundir, me digo. Ya lo está haciendo. Y en mi corazón, un Moái sigue cantando una canción de despedida.

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