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El Teatro de la Justicia y la Lógica del Circo

"Cuando los hechos son un arma, el debate se convierte en una farsa."


La verdad, como la justicia, es una quimera que se persigue con fervor, pero que rara vez se alcanza. En este reino del circo político, el término "linchamiento mediático" ha resurgido, no como una descripción precisa de la realidad, sino como una de las más eficaces puestas en escena. Es una obra de teatro con un guion previsible, donde el protagonista acusa a los críticos de conspiración mientras, desde su propio podio, utiliza su inmensa plataforma para emitir su propio veredicto. Es el juego del depredador que grita ser la víctima.

¿Qué es un linchamiento mediático? Un linchamiento, en su acepción más brutal, es la ejecución de la justicia por la turba. Es una turba sin ley, sin juicio, sin razón. Pero el "linchamiento mediático" no es la ausencia de ley, es la creación de una nueva, una que opera en el tribunal de la opinión pública, con titulares en lugar de sogas. La acusación de "linchamiento" es una maniobra retórica brillante. Porque no se puede refutar una turba. Es un eco difuso, una sombra que se agiganta con cada reflejo de un espejo.

La Presidenta, al nombrar esta turba mediática, no buscaba un diálogo, buscaba un enemigo. Un enemigo invisible y omnipresente que justifica cualquier crítica como un acto de agresión. En esta narrativa, el periodista no es un observador, sino un verdugo en potencia, y el medio de comunicación no es un vehículo de información, sino una herramienta de tortura. El caso del senador Fernández Noroña se convierte en la pieza central del argumento. Un hombre agredido que, en lugar de recibir empatía, es puesto en el centro de un debate sobre quién fue realmente el atacante. Y la Presidenta, como el director de escena, lo usa para señalar a la orquesta: “Miren, son ellos los que orquestan este drama”.

Y nosotros, los ciudadanos, ¿qué somos en este espectáculo? ¿Somos los jurados, los testigos o simplemente los espectadores que pagan por la función? Con cada titular, con cada meme, con cada comentario en redes sociales, elegimos nuestro papel. Algunos se unen a la turba, otros defienden al acusado, pero la mayoría simplemente observa, devorando el drama como si fuera un nuevo episodio de una serie de televisión. La verdad se vuelve irrelevante, porque el valor no está en lo que realmente pasó, sino en la intensidad de la reacción.

La política se ha convertido en una serie de actuaciones, donde la autenticidad se ha perdido en la búsqueda del aplauso. Y la Presidenta, como los grandes actores, sabe que la forma más fácil de ganar un público no es con la verdad, sino con un enemigo compartido.

Así, la obra continúa. Los actores se preparan para su próximo acto, y la trama se enreda aún más. La pregunta que queda flotando en el aire no es quién miente, sino a quién beneficia esta gran farsa. Y el telón se levantará de nuevo para revelar una nueva verdad que, me temo, será tan frágil como la anterior.