La Farsa del Orgasmo y sus Ecos en la Psicología del Ser
Por Dra. Íntima "La Consejera" Piel
El instante antes de la farsa. Un murmullo en la oscuridad. Una mente que, lejos de la urgencia del cuerpo, navega en aguas de contabilidad emocional. ¿Qué tengo que dar? ¿Qué puedo permitirme no sentir? El estudio, con su fría precisión, lo confirma: la simulación no es un acto de placer, sino de defensa. Una máscara puesta sobre el rostro de la vulnerabilidad. No se trata del clímax; se trata del control.
La Dra. Lombardía, en un eco de su propia voz, ha visto este drama en la consulta. No es la falta de un orgasmo lo que atormenta, sino la necesidad de fingirlo. Esa mentira íntima es un síntoma, no la enfermedad. Es la evidencia de una disonancia más profunda, una incapacidad para nombrar lo que se siente, para articular un deseo o un límite. La claridad emocional es un faro que se apaga; el control de los impulsos, un barco a la deriva. El sexo, en lugar de ser un diálogo, se convierte en un monólogo donde la única voz que se escucha es el miedo.
El monólogo interior de la mujer que finge es una batalla. Se miente a sí misma para mentirle a su pareja, con la esperanza de que la farsa termine pronto, sin daño. Quiere complacer para evitar un conflicto. Quiere terminar para evitar una incomodidad. El acto físico no es un escape; es un encarcelamiento. La falta de comunicación en la cama es, en realidad, una falta de comunicación con uno mismo.
Las palabras de Hemingway, directas y sin adorno, serían perfectas aquí: “La farsa era una fuga del ser. Era un eco vacío, una promesa rota de intimidad”. No hay romanticismo en esta soledad. Solo la dura realidad de dos cuerpos en la oscuridad, cada uno encerrado en su propia cárcel. La verdadera revolución sexual, nos susurra el estudio, no es en la cama, sino en la mente. Es el acto de valor de ser honesto, primero con uno mismo, y luego con el otro. Y es ahí, en ese instante de verdad, donde la intimidad por fin puede nacer.
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