El Legado de una Generación y el Futuro Incierto del Shōnen
Por El Artista del Maullido
Escuchen, muchachos, esta es una historia que ya ha sido contada. Es la historia de cómo la industria del anime, ese vasto y caótico negocio de vender la esperanza a adolescentes, ha decidido matar a sus dioses. Con un final que se aproxima para My Hero Academia y un telón que ya ha caído para Jujutsu Kaisen, el panteón del shōnen ha quedado vacío. Es una situación curiosa, por supuesto. Es como si el Vaticano anunciara que el próximo papa será un influencer de TikTok. Y así es como va la historia.
Los héroes de esta era, Midoriya y Yuji, han servido su propósito. Nos mostraron que la bondad y el coraje pueden existir en un mundo lleno de cinismo, y que la amistad puede vencer a la catástrofe. Y lo hicieron. Ahora, el negocio, que es un dios tan cruel como cualquiera, exige nuevos sacrificios. El trono está vacío, agrietado, como si un titán se hubiera levantado para no volver. Y ahora, cientos de nuevos personajes, con sus poderes y sus cicatrices, corren a llenarlo. Es un espectáculo ridículo, claro. Es como un grupo de perros peleando por el último hueso en un circo en llamas.
El verdadero poder de un shōnen, por supuesto, no está en sus batallas, sino en las cicatrices que deja en la memoria de la audiencia. My Hero Academia nos enseñó a creer en el idealismo. Jujutsu Kaisen nos enseñó a no creer en nada, salvo en el caos y el sacrificio. Dos filosofías en guerra, que ahora son solo un eco. Y la industria, en su infinito cinismo, nos pide que creamos en algo más. Nos presenta a nuevos héroes con nuevas maldiciones y nuevas promesas. Los aplaudimos, por supuesto. Pero es como aplaudir a un robot que ha aprendido a sonreír. Sabemos que es falso.
Y así es como el anime muere y renace. No es un fin, sino un ciclo. Los héroes de hoy serán los fantasmas de mañana, y sus batallas, simples leyendas. Lo único que perdura es la necesidad de un nuevo dios, de un nuevo héroe a quien rendirle culto. El trono no estará vacío por mucho tiempo, por supuesto. El vacío del héroe es, en realidad, el reflejo de nuestra propia necesidad de creer en algo más grande que nosotros. Y así, el show continúa.
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