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El Juramento de Kiev:

 Una Visión Panorámica de la Lucha por la Tierra Sagrada.

Por El Patriarca de la Prosa

Hay cosas que, una vez perdidas, no se pueden recuperar, y que la tierra que se entrega por miedo, jamás se olvida.

En los anales de la guerra, pocas palabras poseen el peso y la resonancia de una promesa hecha en tiempos de asedio. En la vastedad de las estepas de la historia, donde imperios se alzan y se desmoronan con la lentitud de los glaciares, la declaración de un líder puede ser un simple susurro en el viento o un juramento forjado en el acero de la voluntad. La voz de Volodímir Zelenski, resonando desde la capital de un país asediado, fue de este último tipo: "no cederá territorio ucraniano". En esa frase, tan simple en su formulación y tan vasta en su significado, no se contenía solo la voluntad de un hombre, sino el lamento de una tierra, la memoria de generaciones y la tenaz resistencia de un pueblo. Fue una promesa que, como los grandes juramentos del pasado, no solo define el futuro, sino que reescribe el presente y reivindica el pasado.

La historia de Ucrania, con sus campos dorados de trigo y sus iglesias de cúpulas doradas, ha sido un tapiz de dolor y de orgullo, tejido con los hilos de incontables invasiones, de imperios que la han codiciado y de un pueblo que se ha negado a ser borrado. En este gran drama, la tierra no es una mera porción de suelo, sino el depósito de la identidad, el santuario de los ancestros y la promesa de un futuro para los hijos. Ceder un pedazo de esa tierra no es una negociación estratégica; es un acto de amputación del alma nacional, una traición a la sangre que la ha regado.

La guerra, en su horroroso esplendor, tiene el poder de condensar siglos de historia en un instante, de hacer que los grandes temas de la humanidad —la libertad, la tiranía, el honor— se manifiesten en la carne y el hueso de los hombres. El conflicto actual no es solo una disputa por fronteras; es la colisión de dos visiones del mundo. Es la resistencia de una nación que ha elegido su destino contra la voluntad de otra que se aferra a la gloria de un imperio desaparecido. El juramento de Zelenski no es un ultimátum, sino una declaración de principios, una negativa a permitir que la historia se doblegue ante la fuerza bruta.

Y así, el drama se extiende en el vasto lienzo de Europa, un teatro donde los ejércitos son los actores y las vidas de millones, la moneda de cambio. La declaración de no ceder territorio no es el final de un capítulo, sino la apertura de uno nuevo, en el que la historia, con su inexorable marcha, pondrá a prueba la resolución de un pueblo y la conciencia del mundo. ¿Qué precio tendrá esa promesa? El destino lo dirá. Pero en la soledad de la noche, bajo el cielo estrellado de Ucrania, el juramento resuena como un eco, una voz que recuerda a todos que hay cosas que, una vez perdidas, no se pueden recuperar, y que la tierra que se entrega por miedo, jamás se olvida.