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La Virtud del Miedo:

 Sobre la Soberanía y el Arte de la Guerra sin Batalla.

Por El Príncipe de la Sombra

La política exterior es un teatro de sombras y de espejos en el que la percepción de la fuerza es, a menudo, más importante que la fuerza en sí misma.



El príncipe que busca la gloria no lo hace a través de la bondad, sino a través de la demostración de la fuerza. El rumor de una orden secreta, la simple insinuación de la espada desenvainada, puede lograr más que cien batallones en marcha. La noticia, más que la acción en sí misma, es la verdadera arma. Cuando el presidente de la nación más poderosa del mundo, en un acto que se dice privado, firma un documento para usar su ejército contra enemigos que operan en suelo ajeno, lo que en verdad hace es enviar un mensaje. No es una declaración de guerra, sino un golpe de ajedrez en la diplomacia. Es la estrategia del miedo. La orden no busca tanto destruir a los cárteles como recordar al vecino quién detenta el poder. Es un acto de virtud política: demostrar la capacidad de hacer daño para evitar la necesidad de hacerlo.

Y ante tal movimiento, el otro príncipe, el de la nación agraviada, debe responder no con pasión, sino con astucia. La presidenta de México, con la prudencia que exige la razón de Estado, no puede ceder ante la provocación. Su declaración, que descarta la "invasión" y habla de un "respeto mutuo", es la réplica necesaria. Es el discurso del soberano que debe calmar a su pueblo y al mismo tiempo enviar una señal de que no es un vasallo. La soberanía, esa delicada corona, no se defiende con bravuconadas, sino con la firmeza del argumento y la capacidad de mantener el control sobre el propio territorio. Su objetivo no es desafiar al poderoso, sino asegurar que la paz, si se ha de mantener, sea en sus propios términos.

El juego es antiguo como los imperios y sus fronteras. Uno, el poderoso, utiliza la guerra como amenaza para lograr un control que la diplomacia no le concede. El otro, el débil en poderío militar pero soberano en su derecho, utiliza la diplomacia para neutralizar la amenaza y reafirmar su autonomía. La batalla no se libra con cañones, sino con comunicados, con la manipulación de la opinión pública y con el peso de los tratados. Es una danza mortal en la que cada paso, cada palabra, tiene el potencial de llevar a la ruina o a la salvación.

Al final, la guerra es una enfermedad que se cura con la paz, y la paz es un arte que se sostiene con el recuerdo de la guerra. La orden secreta de Trump es un recordatorio de esa máxima, una prueba de que la política exterior es un teatro de sombras y de espejos en el que la percepción de la fuerza es, a menudo, más importante que la fuerza en sí misma. Y la respuesta de Sheinbaum, la fría afirmación de la soberanía, es la única defensa posible en un mundo donde el poder, como la espada del verdugo, cuelga siempre sobre la cabeza de los débiles.