la melancolÃa urbana en la era de las pantallas"
Por Aurora "La Poetisa" Tinta
El eco de un corazón en la inmensidad del asfalto.
Acaso la mayor soledad no sea la del ermitaño en la montaña, sino la nuestra, aquÃ, en el epicentro del clamor. En la ciudad, donde millones de almas se rozan sin verse, donde el aliento de unos se mezcla con el de otros en los subterráneos sin que jamás sus miradas se encuentren. Hemos construido una Babel de cemento y cristal, una obra maestra de la conexión fÃsica, solo para descubrir que, en su interior, el alma ha aprendido a estar sola. Esta es la melancolÃa urbana, el grito silencioso que se ahoga entre el rugir de los motores y el incesante murmullo de las pantallas que, como espejos rotos, reflejan un mundo al que no pertenecemos.
El alma, esa ave temerosa, ha dejado de buscar la calidez del nido ajeno, y se ha refugiado en el silencio que trae el aislamiento voluntario. En los cafés, en los parques, en las calles que se llenan de multitudes, vemos rostros iluminados por la luz frÃa de un cristal, como si cada persona llevara consigo un farol en la noche de la soledad. Se comunican, sÃ, pero con fantasmas. Hablan, rÃen, se enojan, pero no con quien tienen al lado, sino con sombras lejanas, con recuerdos que se borran y se vuelven a escribir en la fugacidad de los caracteres. Hemos cambiado el tacto de una mano por la vibración de un teléfono, y el sonido de una voz real por el eco digital.
El corazón, en su inocencia, aún anhela la conexión verdadera, pero la piel se ha vuelto de cristal, y el alma de porcelana. La ciudad nos ha enseñado a ser eficientes, a ser rápidos, a ser productivos, pero nos ha quitado la paciencia de la mirada, la lentitud de la escucha, y la valentÃa del encuentro. Es un paisaje de almas naufragando en un océano de gente, donde cada uno, en su propia isla de silencio, se pregunta si alguien, en alguna parte, aún recuerda cómo se comparte la vida.
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