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El Grito del Pueblo:

 

 La Voz de los Excluidos en la Música de Bad Bunny

Por El Proletario Felino 


Un himno visceral desde el corazón del barrio.

El reggaetón fue un grito ahogado en las cloacas de la sociedad, un ritmo nacido del asfalto, un eco de la rabia y la alegría de quienes no tenían voz. Y, sin embargo, con el tiempo, su eco se domesticó, se pulió en el mármol de las disqueras hasta volverse un producto inerte, una fantasía de lujo. Pero de ese mismo asfalto, de las entrañas de una isla herida, surgió una voz que se negó a ser domesticada. La voz de Bad Bunny, un hombre que no habla de imperios ni de tronos, sino de la opresión silenciosa, de la desesperanza que se acumula en los barrios y del orgullo que se forja en la resistencia. Su música no es solo un ritmo, sino un manifiesto, una crónica visceral de un pueblo que se niega a desaparecer bajo el peso de la historia.

El verdadero arte no se mide en premios, sino en su capacidad de reflejar la miseria y la belleza de la vida. Las canciones de Bad Bunny son documentos de su tiempo. En ellas se encuentra la crítica feroz a la gentrificación que expulsa a los pobres de sus hogares. Se oye el eco de la frustración por un gobierno sordo a los gritos de su gente. No habla de un Puerto Rico de postal, sino de uno real, de uno que se ahoga en el colonialismo y que se levanta a pesar de las sombras. Su prosa, cruda y poderosa, es la voz de la empatía por los oprimidos. Es la voz que dice, sin disimulo, que la lucha por la justicia no es un juego de palabras, sino una herida abierta, un dolor que se vive todos los días.

Y en esa misma voz se encuentra la subversión más poderosa: el desafío a la masculinidad hegemónica. En un género dominado por el machismo, él se atreve a ser diferente. Él se viste con faldas, se pinta las uñas, y con ello, rompe un dogma que ha oprimido a los hombres tanto como a las mujeres. Su arte no es una mera provocación estética; es una afirmación de la libertad, una declaración de que la verdadera fuerza reside en ser uno mismo, en abrazar la fragilidad y en defender a quienes son señalados por ser diferentes. Su música es el grito de un pueblo, el eco de un corazón que se niega a dejar de latir.