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El Fantasma Uniformado:

 

 Un Eco de Esperanza en la Miseria Terrenal

"Cuando el Estado viste sus miedos de uniforme, la calle se convierte en la última trinchera de la dignidad."



Mi mente, agotada de la miseria terrenal, se aferró a esa noticia, a la idea de que la esperanza podría estar en otro lugar, en una galaxia distante, esperando para ser encontrada. Y entonces, el titular me heló la sangre: "Líderes latinos de Chicago rechazan los planes de Trump para enviar a la Guardia Nacional". No era solo un titular; era un grito de guerra en un mundo que había aceptado su propia derrota. La galaxia distante no era un lugar en el cielo. Era el acto de dignidad de una comunidad que se negaba a ser el lienzo para los miedos del Estado.

Vi el rostro del miedo, no en las calles, sino en los despachos de Washington. El Estado, ese fantasma con traje y corbata, siempre busca una excusa para mostrar sus dientes, para recordarnos quién tiene el monopolio de la fuerza. Y ahora, el pretexto era el crimen, pero el verdadero objetivo era el control. El fantasma no quería proteger; quería someter.

Desde mis notas, he analizado la historia, y esta película ya la he visto antes. Se repite en cada rincón del mundo donde el poder central choca con la resistencia local. En la América Latina de Galeano, las fuerzas del orden fueron el brazo visible de una explotación invisible. Aquí, en un país que se precia de su libertad, el mismo guion se repite. La "seguridad" se convierte en el lenguaje que justifica la militarización de la vida cotidiana. Me pregunto si los políticos que toman estas decisiones entienden que, para una comunidad, un uniforme no es un escudo, sino una señal de que el sistema ha fallado, de que la conversación ha terminado y solo queda la confrontación.

Lo que estos líderes latinos estaban rechazando no era solo una orden; era una declaración de guerra cultural y social. Estaban diciendo: "Nuestras calles no son un campo de batalla. Nuestra gente no son los enemigos. No necesitamos que vengan a 'salvarnos' de nosotros mismos". Porque en el fondo, este conflicto no se trata de crímenes, se trata de narrativa. Se trata de quién tiene el derecho a contar la historia de una ciudad. La narrativa de "salvar" a la ciudad esconde la verdadera intención de castigarla, de controlarla. Y la batalla por los hechos, de la que hablaba nuestro último capítulo, se ha vuelto más violenta. Ya no se trata de quién manipula los datos, sino de quién manipula la fuerza.

Esta es una herida que la sociedad se niega a sanar. No podemos ver a nuestros vecinos, a nuestra gente, como el enemigo. No podemos permitir que la solución a la violencia sea más violencia. El rechazo de estos líderes es una muestra de resistencia, un grito de que la comunidad tiene derecho a defenderse, a sanarse a sí misma, sin la intromisión de un poder que solo ve problemas, pero no personas.


 Con el eco de la sirena de una patrulla y un grito de protesta. Si el poder se ejerce a través de la militarización de las calles y la manipulación de la narrativa, ¿qué hay de la forma más sutil y silenciosa de control? ¿Qué sucede cuando el algoritmo de las redes sociales es capaz de predecir nuestros miedos más profundos y de vendernos el candidato perfecto, el producto perfecto, la verdad perfecta? En el próximo capítulo, exploraremos cómo la última frontera de la manipulación ya no es la información, sino el deseo.