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Cuando la Protesta se Convierte en Trámite:

 La Burocracia que Somete al Disenso.

Por El Guardián de la Noche Felina


La protesta, al final del día, no logró su cometido... sino que se transformó en un engranaje más de la gran máquina del sistema

Fue emitido un decreto. Un fragmento de papel, seguramente procesado por innumerables manos en alguna oficina anónima, dictaminó que la acción, la manifestación, la expresión colectiva, no se llevaría a cabo. Era una prohibición. No una solicitud, ni una advertencia, sino un impedimento burocrático y absoluto. Los ciudadanos, sin embargo, con un anhelo inexplicable por la expresión, decidieron ignorar el edicto. Y en ese acto de ignorancia, se activó la maquinaria.

La policía, un organismo impersonal y eficiente, se manifestó en las calles. Su propósito no era el diálogo, ni la negociación. Su único propósito era hacer cumplir el decreto. Su presencia era una respuesta lógica a una violación del procedimiento. Los manifestantes, por su parte, se movían con una convicción que la ley no podía comprender. Para ellos, era una cuestión de conciencia; para el Estado, era una cuestión de orden. Y el orden, como todos saben, debe prevalecer.

Las detenciones no fueron un acto de violencia apasionada, sino un acto de cumplimiento. Un brazo se extendía, se sujetaba a otro, y se le acompañaba hacia una furgoneta. El individuo no era un rebelde, sino un número. Un archivo que debía ser procesado, un nombre que debía ser registrado, una violación que debía ser archivada. La libertad, en ese instante, se convirtió en una serie de formularios, en preguntas de procedimiento y en la espera de un juicio que, en sí mismo, era solo otra etapa en un proceso incomprensible. La protesta, al final del día, no logró su cometido de visibilizar una causa, sino que se transformó en un engranaje más de la gran máquina del sistema.

Las calles de Londres, una vez despejadas, volvieron a su normalidad. El ruido del tráfico, las conversaciones de los transeúntes, la vida cotidiana, todo volvió a su lugar, como si nada hubiera sucedido. El decreto había sido cumplido. Los culpables estaban bajo custodia. El orden había sido restaurado. Pero, para aquellos que fueron llevados, la sensación de la opresión silenciosa perduraría. El recuerdo de un procedimiento legal que les impidió ejercer un derecho fundamental, y que los convirtió de ciudadanos a expedientes, sería la marca imborrable de un día en que el Estado demostró su poder no a través de la tiranía visible, sino a través de la frialdad de su burocracia.