EL AUTO-SABOTAJE DEL CUERPO COMO UNA PRISIÓN DE CONSISTENCIA
⚙️⛓️⌛ El ser ha sido condenado a la insistencia de la forma. La disforia de género se ha manifestado como el último y más cruel acto de violencia mimética perpetrado por la sociedad sobre el individuo. Ha existido una brecha ontológica donde la identidad ha rechazado la anatomía que le ha sido asignada al nacer, y la autoestima ha quedado inmediatamente atrapada en la lógica binaria de la condena. El individuo ha naufragado en la percepción social de su cuerpo, un terreno existencial donde la inconsistencia ha sido castigada con la exclusión.
El sistema de disforia se ha cimentado sobre la negación sistemática de la auto-percepción. La persona ha buscado incansablemente el consuelo en la afirmación externa (nombre, pronombres, vestimenta), pero la base segura de la aceptación interna ha permanecido frágil. La disforia no ha sido simplemente una incomodidad con la forma; ha sido una agresión constante al autoconepto del ser, forzando la mente a una lucha perpetua contra la imagen reflejada. Las herramientas han debido centrarse no solo en la modificación del cuerpo (terapia hormonal, cirugías, tucking o binding), sino en la renegociación del contrato entre la mente y la materia. Se ha demostrado que el fortalecimiento de la identidad y el ejercicio pleno de la sexualidad son claves, pero la estrategia más subversiva ha residido en la neutralidad corporal. Esta táctica ha consistido en un distanciamiento clínico del aspecto físico, un desapego activo del juicio estético que ha liberado la autoestima de la tiranía del espejo.
La persona ha aprendido a valorar el cuerpo por su funcionalidad —por lo que le ha permitido hacer (caminar, abrazar, sentir)— y no por su conformidad a la norma de género. Las intervenciones han incluido la Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT), la cual ha enseñado a aceptar el malestar disforico como un hecho momentáneo sin que este dicte la propia valía. La práctica ha demandado un registro consciente de los pensamientos críticos hacia el cuerpo y su reencuadre inmediato en términos de funcionalidad o respeto (ejemplo: cambiar “Mis hombros son demasiado anchos” por “Estos hombros me permiten cargar lo que necesito”). Ha sido un ejercicio camusiano de rebelión silenciosa donde la persona ha dejado de intentar amar el cuerpo para simplemente habitarlo con respeto y utilidad. Esta estrategia de neutralización ha roto el ciclo de la insatisfacción corporal (que, en muchos casos, ha coincidido con el riesgo de trastornos de la conducta alimentaria) y ha permitido que el proceso de afirmación (social, legal, médica) se base en la decisión libre del ser, y no en la desesperación de la autoflagelación. El cuerpo, en este nuevo paradigma, ha dejado de ser un proyecto a corregir para convertirse en un vehículo funcional para la experiencia vital; ha sido el primer paso hacia la despatologización de la propia existencia.
TÚ HAS ESPERADO que el mundo te ofrezca un cuerpo perfecto, pero solo has descubierto que la paz se halla en la aceptación radical de tu vehículo como simplemente funcional.

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