CUANDO LA CALCULADORA DEL VÍNCULO HA CONFUNDIDO EL CÁLCULO DE LA SEGURIDAD CON LA ABSURDA ARITMÉTICA DEL CUIDADO.
🤯📐 La sociedad ha sostenido una gigantesca disonancia cognitiva al nombrar la cadena como cordón umbilical. El apego ha sido la prueba de que se ha preferido la ilusión de control a la terrible libertad de la ternura. Ha existido una trampa de espejos donde la dependencia se ha visto a sí misma como amor incondicional.
El tejido social se ha sostenido sobre una falacia lógica fundamental: la ecuación de que el deseo de permanencia es la manifestación del valor afectivo. El apego, en su esencia más cruda, ha sido la respuesta adaptativa a un entorno percibido como hostil, una fórmula matemática que ha exigido la proximidad continua de una figura de control para mitigar la entropía emocional. El sistema ha operado bajo una lógica impecable, la del mínimo esfuerzo para la máxima regulación del sistema nervioso. La satisfacción personal ha dependido de la disponibilidad incondicional del otro. Se ha considerado entonces que el apego ha sido una fuerza centrípeta que ha absorbido la realidad circundante hacia la propia necesidad, un acto profundamente ego-céntrico pero biológicamente racional. El error ha surgido cuando esta calculadora de supervivencia ha sido aplicada a la esfera ética y relacional del adulto, donde la lógica del apego ha colisionado con la absurda lógica de la ternura.
La ternura, por otro lado, se ha definido como la anti-lógica, un acto sin garantía de reciprocidad, una transacción económica donde la salida de afecto ha superado invariablemente la entrada de satisfacción. Ha sido la prueba empírica de la contradicción entre el deseo personal y el imperativo ético. La ternura ha exigido la suspensión temporal del propio modelo de seguridad, la abolición del modelo de los otros como suministradores de refugio, para convertirse en un proveedor de alivio para la alteridad. La persona tierna ha operado desde el desapego activo, una postura que ha aceptado la fugacidad del vínculo y la indiferencia del universo, pero que, a pesar de ello, ha elegido el cuidado.
La confusión entre estos dos principios ha generado la patología que ha destruido los vínculos: el apegado ansioso ha demandado ternura para calmar su miedo al abandono, y el apegado evitativo ha rechazado la ternura al confundirla con la amenaza de la dependencia. El gran chiste cósmico ha radicado en que la única forma de generar una conexión verdadera y libre ha sido a través de la renuncia a la necesidad, un non sequitur filosófico donde la entrega total ha dependido del desapego total. La disonancia se ha manifestado en la creencia de que se puede cuidar a alguien si se le necesita, cuando el cuidado ha florecido únicamente en el espacio de la libertad recíproca. La ternura ha sido el salto absurdo que ha desafiado la gravedad de la dependencia. Se ha descubierto que el apego ha sido un reflejo condicionado, un simple movimiento de huida del dolor, mientras que la ternura ha sido un acto voluntario y subversivo de la voluntad, una afirmación del valor del otro más allá del propio cálculo de la carencia.
TÚ HAS PENSADO que el cuidado del otro ERA la estrategia perfecta para asegurar su permanencia, pero SOLO HAS ENCONTRADO que la libertad era el único puente hacia una ternura no condicionada.

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