LA GENERACIÓN Z HA TOMADO LAS CALLES COMO UN CUERPO POLÍTICO, DENUNCIANDO LA INSEGURIDAD DEL FUTURO.
La "Marcha del Silencio" de la Generación Z en la Ciudad de México ha sido la manifestación clínica del fracaso del Estado en garantizar el derecho elemental a la supervivencia. En un día diseñado para el consumo navideño y el discurso oficial de la celebración, cientos de jóvenes han avanzado desde el Ángel de la Independencia hacia el Palacio de Bellas Artes, exigiendo seguridad y visibilidad. La baja convocatoria ha funcionado como el prisma del control social foucaultiano: la movilización del descontento ha sido tan pequeña que ha permitido al poder político la devaluación inmediata de su organicidad, reduciéndola a un mero “descontento amplificado por la oposición”. Este mecanismo ha verificado que el sistema ha preferido la negación del sufrimiento colectivo a la aceptación de su responsabilidad estructural. El Proletariado Digital ha salido a la calle, pero el costo de la visibilidad ha sido la criminalización o, peor aún, la indiferencia total. 💸🇲🇽🛡️
La Gen Z no ha marchado únicamente contra la violencia física (los asesinatos, las desapariciones), sino contra la violencia estructural que ha impuesto un futuro hipotecado. Las preocupaciones de esta generación han trascendido el ámbito de la seguridad para anclarse en la crisis existencial del trabajo y la vivienda: se ha visto un 50% de la generación fuera del mercado laboral formal; la certeza de la vivienda ha sido eliminada por los elevados costos y la gentrificación; y el reclutamiento forzado ha sido una amenaza constante. Este cúmulo de carencias ha transformado el cuerpo de la juventud en una geografía de la precariedad, tal como ha descrito Steinbeck la desesperanza de la clase obrera. La exigencia de "paz" ha sido realmente la exigencia de un futuro posible, de un espacio no vigilado por la incertidumbre económica.
La movilización ha operado bajo una lógica de poder invertido: al marchar en silencio y exigir acciones concretas, la juventud ha desafiado el control narrativo del Estado, que ha buscado convertir toda protesta en un espectáculo violento o una disputa partidista. Sin embargo, la historia reciente ha demostrado que el poder ha respondido a las manifestaciones juveniles con represión o detenciones. Aunque la marcha de este día ha sido pacífica, los antecedentes de enfrentamientos y detenciones masivas han confirmado el axioma: la coraza del carácter del Estado se ha manifestado mediante el uso de la fuerza policial para contener la expresión de la voluntad social. La creación de comisiones especiales para "investigar la violencia" en marchas anteriores ha funcionado como una táctica de gestión de la culpa, desviando el foco de la demanda hacia la metodología de la protesta.
La paradoja ha residido en la naturaleza de la protesta misma: la Generación Z, nacida en la hiperconectividad, ha utilizado el espacio físico de la calle para denunciar la invisibilidad impuesta por un Estado que ha operado bajo una vigilancia digital constante. La calle ha sido el único lugar donde la voz, aunque silenciosa, ha podido romper el algoritmo de la indiferencia. El mensaje ha sido claro: el pueblo está activo y ha rechazado el discurso de la celebración. El verdadero Colapso Civilizatorio no ha sido la marcha, sino la necesidad de la marcha misma, demostrando que el contrato social ha quedado roto y la juventud ha quedado a merced de la decadencia económica y la violencia primigenia.
Ellos han visto tu protesta como un pequeño problema vial en el mapa digital, y tú has aprendido que el silencio es el único lenguaje que ha logrado desenmascarar la indiferencia del poder.

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