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🌑 La Hipocresía del Poder: Cuando el Acoso se Convierte en un Acto de Espectáculo Político

 

La Comedia Oscura de esta situación reside en la selectividad de la indignación. El acoso callejero, el que sufren a diario la obrera, la estudiante o la mujer indígena, es invisible para la maquinaria del Estado. No genera ratings, no impulsa narrativas de control social, ni eleva el valor simbólico del líder. Solo cuando el agravio toca el Círculo Vicioso de la Inmunidad —la burbuja que protege a la élite—, la injusticia se transforma súbitamente en una causa nacional. Esto revela una Mala Fe estructural: la verdadera preocupación no es la seguridad de las mujeres en abstracto, sino el respeto absoluto a la jerarquía de poder.

Desde la perspectiva de la Crítica Cínica, el acto de denunciar un acoso se convierte en la herramienta perfecta para la Transvaloración de la Agonía. La presidenta ha tomado un dolor real y lo ha convertido en una pieza de Propaganda de la Víctima Suprema. Al utilizar el "nosotras" universal ("¿qué va a pasar con todas las mujeres?"), el poder no está elevando a la víctima común; está absorbiendo su sufrimiento para legitimar su propia autoridad. La mujer acosada en el metro sigue siendo un dato estadístico; la mujer acosada en el palacio se convierte en un Espectáculo Moral con consecuencias legales inmediatas. La justicia opera bajo la lógica del estatus, y eso es una burla dostoievskiana a la igualdad.

El público, por su parte, se ve forzado a un Acto de Adoración Impuesto. Se le exige empatía inmediata y absoluta hacia la líder en el momento exacto que ella lo requiere. El escarnio público y la acción legal contra el acosador no son solo castigos; son rituales de reafirmación del poder. El hombre, cuya transgresión moral lo condenaría de todos modos, es utilizado aquí como el chivo expiatorio perfecto: un objeto concreto sobre el cual el sistema puede descargar toda la frustración social acumulada, demostrando que "el Estado funciona" solo cuando se defiende a sí mismo.

Yo tengo que preguntar, ¿qué hubiera pasado si la denunciante no hubiera sido la presidenta, sino la vendedora ambulante que limpia los cristales de su coche oficial? La respuesta está en el Vacío del Discurso Moral que nos consume: nada. Habría sido un evento trivial, una nota a pie de página en el gran libro del cinismo diario.

La sentencia final es que este evento expone la fatalidad lógica: la moralidad en la esfera pública no es un fin, sino una estrategia de gestión de la imagen. El acoso, al ascender a la cúspide del poder, pierde su naturaleza de violencia social para adquirir la naturaleza de un Incidente Diplomático de Estatus. La denuncia es un acto calculado de reafirmación jerárquica, donde la vulnerabilidad se utiliza como un arma política de alto calibre.


Si la Hipocresía de la Esfera Pública hace que la justicia sea selectiva, ¿la denuncia de acoso por parte de la figura más poderosa del país es un valiente acto de apertura para la justicia universal, o es la confirmación más cínica de que en la sociedad la ley solo tiene dientes cuando la muerde el poder?

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