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 👤 La Náusea del Ser: Cuando la Miseria Económica Elige la Tiranía del Espejismo Dorado



Al observar la marea de descontento, no se ve solo la frustración por los salarios estancados o el coste de la vida; se distingue el eco de una Angustia Existencial que se niega a mirarse a sí misma. La precariedad económica, ese miedo constante a perder el trabajo o el hogar, no es solo un problema de ingresos; es el terror de ver cómo el Vacío del Sentido se traga la identidad del individuo. Cuando el ser humano no puede asegurar su supervivencia material, su propia razón de ser se disuelve. Y en lugar de asumir la Condena a la Libertad—la dura tarea de organizarse y de debatir soluciones sistémicas complejas—, se prefiere la solución más simple y destructiva: la entrega.

Se puede afirmar que la elección de este ídolo es la máxima expresión de la renuncia al Libre Albedrío responsable. La gente no vota por un plan económico; vota para transferir su agonía a una figura fuerte y paternal que promete imponer su voluntad a un universo caótico. Esto es la rendición ante la complejidad: si la economía se percibe como demasiado abstracta y global para que la persona la entienda o la cambie, se deja que un líder con poder absoluto la simplifique, personalizándola en "enemigos" claros (sean estos el extranjero, las corporaciones foráneas o la élite intelectual). Este acto es, en su esencia, huir de la autonomía.

El núcleo de esta transferencia de poder es el Doble Moral que define a la sociedad. La comunidad exige equidad y justicia, pero cuando se le ofrece la opción de elegir a un líder que se burla de esas normas, que exhibe una riqueza obscena y una ética dudosa, la masa lo abraza. ¿Por qué? Porque en el fondo, el individuo y la colectividad desean la fuerza bruta, la capacidad de saltarse las reglas que los asfixian. La rabia contra el establishment no es una rabia por la moralidad; es una rabia por la impotencia. El desposeído ve en el magnate la encarnación de la única ley que funciona: la del poder sin límites. La contradicción no representa un fallo para el votante, sino la prueba de la autenticidad brutal del caudillo.

Esta situación obliga a enfrentar la pregunta dostoievskiana: ¿es la miseria material solo un síntoma de una miseria moral más profunda? El descontento económico se convierte en el vehículo para legitimar la Tiranía del Libre Albedrío de un solo hombre, porque resulta más fácil abrazar la ilusión de un "héroe" que lo salve que aceptar que está condenado a salvarse a sí mismo mediante un esfuerzo colectivo y prolongado.

La sentencia final, que se siente como un escalofrío en la médula, es que este fenómeno demuestra la fatalidad lógica: la desesperación material se transforma inevitablemente en una crisis de la voluntad. El descontento económico, al carecer de un marco ético sólido, no engendra una democracia sana, sino la seducción por el autoritarismo. El rostro de la ira económica se convierte en el rostro de quien promete enterrar la libertad bajo la certeza de su puño.


Si la Angustia Existencial es la chispa del cambio, ¿la elección de un líder que encarna la riqueza y la contradicción moral es el acto definitivo de mala fe de la sociedad contra sí misma, o es simplemente una reacción visceral e inevitable ante un sistema económico que ya había destruido toda posibilidad de autonomía real?

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