LA CÁTEDRA DEL ESPECTÁCULO: Cuando el Juicio Suplanta a la Cuenta
Ve la nación, fija la mirada en el hemiciclo, cuando una figura, un engranaje clave de la administración pública, se presenta ante la soberanía. Despliega el Senado la tribuna para el ejercicio fundamental de la República: la fiscalización. Obsérvase una tensión inherente en el aire: la que existe entre el deber de informar y la necesidad política de sancionar. Quiere el ciudadano la verdad de la cifra.
Exige la ciudadanía transparencia, un entendimiento claro de los objetivos cumplidos e incumplidos. Sin embargo, la atención, por diseño o por defecto, se desvía de la densidad administrativa. Se desvía de los índices técnicos de gestión, de la complejidad inherente a la administración de recursos gigantescos. En su lugar, búscala la audiencia, y con ella, los legisladores, la anécdota punzante, el error retórico, la fisura personal en el blindaje del funcionario. La escena, resulta evidente, ha dejado de ser una mesa de trabajo para convertirse en un cuadrilátero de emociones.
La verdadera tragedia en la comparecencia no es la posible falta administrativa, sino la destrucción del proceso. Requiere el sistema democrático la cabeza visible, el chivo expiatorio que purgue el malestar colectivo. La figura, la funcionaria, se transforma de gestora en símbolo. El juicio pasa de ser sobre la eficiencia del programa a ser sobre la moralidad de la persona. Impone la estructura mediática un juicio sumario, rápido, visual, donde la supervivencia retórica de la interpelada importa infinitamente más que la corrección de los procesos gubernamentales. Demuéstrase con dolorosa claridad que el clamor por la justicia suplantó la búsqueda de la corrección administrativa.
Queda la lección, amarga, en el silencio posterior a la sesión. Se resuelve la tensión dramática del día, pero el problema estructural, el fallo en el mecanismo de gestión que llevó a esa comparecencia, permanece inmutable, oculto tras el telón de la polémica. Reside la ineficiencia crónica del Estado en esta prioridad perversa: el espectáculo del castigo por encima de la labor de la mejora. Condena la Catarsis mediática a la República a repetir el ciclo. Ve la Historia cómo el rito de purga política sustituye, una vez más, al rigor de la gobernanza.

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