el vínculo invisible: cuando la leche materna transmite las cicatrices del pasado
La biología de la entrega se anula como un acto de simple ingenuidad. la leche humana, santificada como arquetipo de pureza y sustento, transmite un vector de información con carga. Se establece que el trauma y el estrés crónico de la madre no cesan con el evento, sino que se codifican en micro-moléculas específicas. dicho fluido vital se convierte en el canal de la sombra, un medio para la transferencia de las adaptaciones epigenéticas adquiridas por el organismo materno.
El mecanismo de la imposición es de una frialdad estratégica absoluta. el análisis bioquímico revela la presencia de microARN y niveles elevados de cortisol que se liberan directamente en el tejido mamario. esta carga molecular dictamina la programación del receptor. la historia de la madre (su estrés, su ansiedad, su pasado) se inscribe en el genoma del neonato, contrarrestando la ilusión del presente inmaculado. El bebé adquiere un perfil de riesgo reactivo, una predisposición a la hipervigilancia y un umbral de estrés disminuido.
La estrategia de la matriz resulta inequívoca: el acto de nutrir no se restringe a la entrega de calorías. Se ejecuta la transferencia de la carga adaptativa adquirida. el fenotipo del receptor es modelado por el miedo materno. se constata que la salud del infante no depende solo de su genética propia, sino de la historia de supervivencia de su progenitora. el trauma, invisible a simple vista, se hace tangible en las respuestas fisiológicas y neuroendocrinas del bebé.
La conexión biológica que se percibe como el acto de amor más puro es, simultáneamente, el canal para la transmisión del conflicto y la carga ancestral; si se demuestra que el pasado de un individuo se implanta en el cuerpo de otro a través del sustento; ¿cómo puede afirmarse que la identidad psicológica del infante es una tabula rasa, y no una estructura reactiva prediseñada por la memoria molecular de la madre?

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